El gueto de Palestina



Los judíos no pueden utilizar la Biblia como un catastro para establecer derechos territoriales.
Andrè Glucksmann


Desde hace muchos años siento horror cada vez que me aproximo, desde distintas vertientes, al holocausto judío. No podré olvidar nunca mi visita a un campo de concentración en Alemania, cuando después de ver los barracones, los hornos crematorios y depositar un ramo de flores en el monumento que habían levantado en memoria de las víctimas, un nudo en la garganta me impedía respirar. Una cosa es haber visto imágenes o leído relatos y otra bien distinta es pisar el terreno donde se produjo esta barbarie. No se puede comprender cómo unos seres humanos pudieron tratar de esa manera a sus semejantes, sólo si sopesamos que no eran seres humanos y que no consideraban a los judíos sus semejantes podríamos entender algo de lo que pasó.

Pero el horror y la incomprensión no sólo se circunscribe a los campos de exterminio, también abarca el tratamiento que los nazis dieron a los judíos en los guetos, especialmente en el de Varsovia.

En la película El Pianista, de Roman Polanski, se recogía de una forma magistral la paulatina degradación de las condiciones de vida y las lacerantes humillaciones a que eran sometidos los judios. Primero los hacinaron en un barrio, después levantaron un muro para aislarlos, les hacían controles imposibles para pasar al otro lado del muro a desempeñar trabajos inhumanos, que sólo servían para conseguir el escaso alimento diario. Los que no se resignaron se organizaron en grupos que, escasamente armados, se enfrentaron al poderoso ejército nazi, éste respondía de forma brutal e indiscriminada.

Los israelíes, a través de instituciones y organismos, se encargan de que tengamos siempre presente esta tragedia difícil de olvidar.

Pensábamos que estas condiciones inhumanas de vida no se volverían a repetir, que nadie sería recluido en un gueto y menos por razones étnicas, religiosas o políticas, que el respeto a los derechos humanos serían garantizados por la comunidad internacional para evitar que se repitieran, y que, en caso de producirse, existiría tal repulsa y se haría tal presión a sus autores que tendrían que reconducir su actitud.

Efectivamente, este pensamiento es de una enorme ingenuidad. Ahí tenemos al pueblo palestino. Se le ha recluido en dos territorios separados donde viven hacinados, y satisfacen a duras penas sus necesidades más primarias gracias a la ayuda internacional. Han cercado a los habitantes de la zona de Gaza con un muro que los separa del mundo, al que sólo pueden llegar a través de accesos férreamente controlados por carros de combate y soldados israelíes de gatillo fácil. Si la desesperación de los palestinos les lleva a disparar algún cohete de fabricación casera sobre el territorio de Israel, donde sólo hace ruido, la represión es brutal, los carros de combate entran en el gueto a sangre y fuego con terribles consecuencias de destrucción y muerte. Las nuevas tecnologías aplicadas a las máquinas de matar han hecho más sofisticadas las formas de muerte. Desde una avión no tripulado se puede lanzar un misil sobre alguna persona concreta, aunque no siempre se acierta y muere más gente de la prevista, eso que ahora se llama “daños colaterales”, un eufemismo de matanza indiscriminada.

Se les ha llegado a cortar el suministro de electricidad, gas y combustible a la zona. La razón de esta actitud la exponía con gran cinismo Haim Ramon, un viceprimer ministro de Israel: “La gente de Gaza está sufriendo pero no estamos contra ellos, estamos contra sus autoridades”, esas autoridades que han sido elegidas democráticamente por el pueblo. Es de una enorme crueldad “domesticar” a un pueblo a base de hambre, sufrimientos y muerte, y cabe preguntarse cómo un pueblo que ha sufrido el holocausto y padecido el gueto es capaz de practicarlo contra otro pueblo.

Mientras tanto, la comunidad internacional mira hacia otro lado, incapaz de llevar a cabo las resoluciones de la ONU. Estoy seguro de que si hiciera una visita a Palestina también tendría un nudo en la garganta.

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