28 de marzo de 2010

La derecha no quiere a los andaluces


La actualidad la marcan otra vez los calificativos y comparaciones peyorativas que nos dedican a los andaluces los dirigentes del PP. A lo de que somos vagos, indolentes, amantes de la juerga, nuestros niños son analfabetos, tenemos habla de chiste o que Blas Infante era un payaso, con que nos han obsequiado desde Mariano Rajoy hasta Montserrat Nebrera, pasando por María San Gil, Mayor Oreja, Ana Mato, Alejo Vidal-Quadras, Juan Carlos Aparicio o Dolores de Cospedal, entre otros, hay que añadirle lo último de Esperanza Aguirre, compararnos con las gallinas. El sintomático desprecio con que los dirigentes populares nos tratan y el concepto rancio que tienen de esta tierra, demuestran el poco conocimiento que tienen de nosotros.

Las razones que justifican este comportamiento son, básicamente, dos. La primera es consecuencia de la historia, esta derecha de ahora es la heredera de los señoritos y caciques que durante siglos ostentaron el poder económico y político, etiquetaron Andalucía como la tierra de “charanga y pandereta”, y convirtieron a la inmensa mayoría de andaluces en peones a su servicio. Después tuvieron “luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras”, como decía Machado. No hay más que ver las formas achuladas y despectivas con que tratan a los que no piensan como ellos.

La segunda es consecuencia de la primera, no nos quieren porque la mayoría de los andaluces les niega su voto una y otra vez desde que llegó la democracia. Los conocemos, los hemos padecido a la fuerza durante demasiado tiempo, no nos fiamos de ellos, y como continúen por ese camino, desde luego, no van a ganar nuestra confianza. Se comprende que la consecuencia de todo esto sea que estén especialmente cabreados con nosotros. La prueba más evidente es que cuando gobernaron en Madrid, le negaron a Andalucía el pan y la sal. Llegaron al extremo de no reconocer el número de habitantes que vivíamos aquí.

Su presidente Javier Arenas, es el paradigma de los valores del partido. Asombra su descaro en las declaraciones que hace, especialmente cuando miente, que es casi siempre. Según su interpretación la Aguirre, no nos insultó cuando nos comparó con gallinas a las que se les echan migajas, muy al contrario, nos admira y nos quiere. Ese es el resabio que les queda, creen que somos ignorantes y torpes, que no sabemos interpretar las cosas, que aunque retuerzan los argumentos todo lo que quieran y digan cosas como esas, vamos a creerlos a ellos. Arenas quiere convencernos de que compararnos con las gallinas es un signo de admiración y cariño de la Aguirre con los andaluces y además lo hace con el desparpajo que le caracteriza, levantando la ceja. ¿Cómo quieren ganar la elecciones con insultos como esos a nuestra inteligencia? ¿Cómo podemos creerlos con mentiras tan burdas?

Esta es una de las cosas que caracteriza a esta derecha, heredera del franquismo, distorsionan la realidad, como si fuera de goma, intentan hacernos creer lo contrario de lo que estamos viendo. Y es asombrosos el descaro con que lo hacen, son los mejores actores de la política, dicen las mayores barbaridades sin pestañear, porque lo que no podemos pensar es que sean tontos y se crean sus propias mentiras.
Arenas decía este disparate, en la puerta de la sede del Tribunal Constitucional, donde, en otro de los gestos que le caracteriza, había presentado un recurso contra los presupuestos generales del Estado...¡porque contempla el pago de parte de la deuda histórica a Andalucía en bienes inmuebles! Un pago que durante los ocho años de Aznar y con él formando parte de su gobierno, se nos negó a los andaluces. No cabe mayor cinismo, bueno, sí, seguro que lo supera en su próxima aparición pública.
Es necesario que se implante cuanto antes la sensatez, y no desde la izquierda, sino desde el sentido común. Se puede y se debe hacer política sin necesidad de que nos tomen por imbéciles, simplemente con que se nos respete como personas capaces de razonar y para eso sólo se necesitan proyectos políticos con propuestas de futuro capaces de convencernos. Nada más y nada menos.

6 de marzo de 2010

Reflexiones de un ignorante en economía


Vivimos pendientes de todo lo que se relaciona con la economía, una actitud propia de tiempos de escasez y penuria como el que estamos atravesando. Además de preocuparnos por la forma de solucionar nuestros problemas personales, que en algunos casos son dramáticos, nos interesamos por la actitud de los mercados financieros, la marcha de la deuda pública, el nivel del déficit, los niveles que alcanza el PIB, qué es la deflación y hasta hemos aprendido qué demonios es eso de las sociedades de inversión de capital variable. Estamos asustados, desconfiados, con mucho temor por lo que pueda pasar, porque puede pasar de todo, y culpando a los gobiernos central, autonómico y local de todo lo que está sucediendo.

El anuncio del Gobierno de retrasar la edad de jubilación hasta los sesenta y siete años me cogió desprevenido, eso no lo esperaba, especialmente porque los gobiernos de Rodríguez Zapatero se han distinguido por su especial atención a las políticas sociales, con la Ley de Dependencia, la subida de las pensiones, del salario mínimo, las prestaciones por desempleo, las becas y las ayudas a las capas sociales más necesitadas. Y además el retraso de la jubilación no es una medida que pretenda resolver nuestro problema de hoy. Seguro que habrá que plantear soluciones para dentro de varias décadas, pero ¿a qué viene hacerlo ahora? También me sorprendió mucho la forma de comunicarlo, la absoluta falta de convicción que mostraba la vicepresidenta Fernández de la Vega y la cara avergonzada del ministro Corbacho. Sorprendentemente el PP, que nos tiene acostumbrados a disparar misiles por cualquier cosa, no ha hecho sangre en este asunto. Después nos hemos enterado que el mercado financiero internacional, ese ente sin rostro y sin alma que nos presta el dinero, ha puesto sus condiciones y el retraso en la edad de jubilación ha sido una de ellas, y la reforma laboral, y la reducción del gasto público, y las que quieran imponer, porque para eso el dinero es suyo.

En estos días se han publicado unos sondeos sobre las elecciones que se celebrarán en mayo en Gran Bretaña y todos coinciden en que los laboristas pueden volver a ganar. La respuesta ha sido contundente, el mercado ha atacado a la libra esterlina, que deja de ser una divisa sólida, y la bolsa se ha derrumbado. Es cierto también que la economía británica está hecha unos zorros, en gran medida debido a la mala práctica de sus bancos, pero han hecho una señal de lo que puede pasar si los británicos eligen a los laboristas.

Grecia se ha convertido en un ejemplo de pésima gestión económica realizada por los gobiernos de derechas y ahora, que han ganado los socialistas, el mercado le ha impuesto unas condiciones durísimas que obligarán a los griegos a una penosa travesía del desierto. Ya puede Papandreu ir tirando a la basura su programa electoral y sus políticas sociales.

Esas son las reglas por las que se rige este sistema económico y siempre hemos sabido que al mercado no le gusta la gente, ni le preocupan sus problemas, sólo le importa el dinero que tiene en sus bolsillos. Le asusta la incertidumbre y huye de las apuestas que entrañan riesgo, por eso le gusta la estabilidad política y que se la garanticen gobiernos de la derecha, que son los que mejor lo entienden.

Cuando en septiembre de 2008 la ambición desmedida de sus dirigentes hundió Lehman Brothers, la mayor quiebra financiera de la historia, y sufrimos el maremoto que asoló la economía mundial, se oyeron algunas voces de importantes responsables políticos que defendían con ardor la idea de que había que aprovechar el momento e introducir medidas que controlaran el mercado para evitar que en el futuro sus abusos nos trajeran más problemas y, de esta manera, hacer más fuertes a las democracias, o lo que es lo mismo, el poder de los ciudadanos. Y con ese argumento los Estados acudieron al rescate del tambaleante mercado y toda la ciudadanía pagó, está pagando y pagará durante mucho tiempo el desmadre producido por su ambición. Pero ha pasado más de un año y ese ardor se ha difuminado, ya no se habla de reformarlo, ni de ejercer un mayor control democrático. Mientras tanto, el monstruo se está rehaciendo, se ha tragado miles de millones y ahí lo tenemos de nuevo imponiendo sus condiciones.

La única alternativa que ha existido y que se fraguó en el siglo pasado, la economía socialista planificada, se hundió dando origen a las mafias más poderosas del mundo. Los entendidos en estas cosas miran hacia China con mucha atención y algunos defienden que ya es una alternativa real. Sin embargo, el Partido Comunista Chino ha hecho la síntesis de lo peor de ambos sistemas: un régimen político socialista autoritario y sin libertades que aplica un modelo económico capitalista. No es esa la solución, porque, entre otras cosas, le gusta al mercado.

Es el momento de exigir un cambio profundo en el modelo económico, que los ciudadanos vean que la política es un instrumento eficaz para hacer ese cambio. Esa es la responsabilidad que hay que pedir a los gobernantes y no culparlos de aplicar unas u otras medidas que sólo son paliativos para problemas que ellos no han creado directamente, aunque su desidia los haya permitido.