Lo primero que hay que precisar es que la convocatoria no se hacía para asistir a un acto religioso, ni se celebraba en un recinto sagrado, ni constaba que los asistentes tenían que ser católicos; tampoco figuraba en el motivo de la convocatoria el rezo del ángelus y mucho menos la obligación de participar. En segundo lugar, si monseñor tiene la costumbre de rezar el ángelus, podría haberlo hecho en privado y convocar a los periodistas instantes después. Sin embargo, no lo hizo así, es decir, el acto fue premeditado y provocado adrede. Sorprende la falta de cortesía y respeto con que se comportó monseñor, aunque la jerarquía eclesiástica no deja de sorprendernos en su desmedido afán de imponer sus reglas a la sociedad. En la dictadura no hubiera llamado la atención una actitud como esta, es más, el ángelus se rezaba todos los días en Radio Nacional en el "parte" de las 12. Esos son los tiempos que la Iglesia quiere recuperar, los de la creencia única, así como el resto de privilegios de los que disfrutaba con Franco: el poder civil al servicio del religioso. A la Iglesia no le gustan las libertades, ni el pluralismo, ni la igualdad, ni el respeto al diferente, no le gusta la democracia, cuna del libertinaje. Le gusta imponer sus principios, humillar; lo que monseñor hizo en la rueda de prensa fue un acto de soberbia. ¿Qué dirían si en una rueda de prensa del PSOE o del PCE se obligara a cantar, o escuchar, la Internacional? Sí, es lo mismo, un gesto de absoluta intolerancia. Para buscar integrismos religiosos –parafraseando a Aznar– no hay que ir a las lejanas montañas de Afganistán, o a los desiertos de Mali o Argelia, basta con darse una vuelta por algunas parroquias de aquí.
21 de febrero de 2010
Vuelve la Iglesia de Franco
Lo primero que hay que precisar es que la convocatoria no se hacía para asistir a un acto religioso, ni se celebraba en un recinto sagrado, ni constaba que los asistentes tenían que ser católicos; tampoco figuraba en el motivo de la convocatoria el rezo del ángelus y mucho menos la obligación de participar. En segundo lugar, si monseñor tiene la costumbre de rezar el ángelus, podría haberlo hecho en privado y convocar a los periodistas instantes después. Sin embargo, no lo hizo así, es decir, el acto fue premeditado y provocado adrede. Sorprende la falta de cortesía y respeto con que se comportó monseñor, aunque la jerarquía eclesiástica no deja de sorprendernos en su desmedido afán de imponer sus reglas a la sociedad. En la dictadura no hubiera llamado la atención una actitud como esta, es más, el ángelus se rezaba todos los días en Radio Nacional en el "parte" de las 12. Esos son los tiempos que la Iglesia quiere recuperar, los de la creencia única, así como el resto de privilegios de los que disfrutaba con Franco: el poder civil al servicio del religioso. A la Iglesia no le gustan las libertades, ni el pluralismo, ni la igualdad, ni el respeto al diferente, no le gusta la democracia, cuna del libertinaje. Le gusta imponer sus principios, humillar; lo que monseñor hizo en la rueda de prensa fue un acto de soberbia. ¿Qué dirían si en una rueda de prensa del PSOE o del PCE se obligara a cantar, o escuchar, la Internacional? Sí, es lo mismo, un gesto de absoluta intolerancia. Para buscar integrismos religiosos –parafraseando a Aznar– no hay que ir a las lejanas montañas de Afganistán, o a los desiertos de Mali o Argelia, basta con darse una vuelta por algunas parroquias de aquí.
11 de febrero de 2010
Juicio a Garzón

Hay mucha gente que le tiene ganas a Baltasar Garzón, especialmente la derecha, ese entramado político, mediático, judicial y social que configuran un frente lleno de agresividad, resentimiento y odio hacia todo lo que sea diferente a lo que ellos piensan, siempre rebosantes de testosterona que ponen de relieve cada vez que hablan o hacen algo. Pues bien, esa gente está muy contenta porque han emplumado a Garzón y, por si fuera poco, lo han hecho por querer investigar los crímenes del franquismo y, el colmo, la denuncia la ha puesto una organización de extrema derecha, Manos Limpias y la ha apoyado Falange Española de la JONS. ¿Qué más se puede pedir? Sólo falta que lo procesen, lo condenen y lo echen de la judicatura. ¡Lástima que esta democracia haya desterrado la edificante costumbre de fusilar!
Ya hace tiempo que los herederos de la Dictadura andan detrás de Garzón porque es un personaje que molesta demasiado, no en vano consiguió retener a Pinochet y conseguir con ello que Chile lo procesara, les irrita su dedicación a perseguir los crímenes contra la Humanidad en cualquier lugar que se hayan cometido, y por supuesto en la España de Franco. A esto se une que muchos de sus colegas no toleran su popularidad y su reconocimiento por los foros de juristas internacionales. Al parecer han pensado que ha llegado el momento de que las pague todas juntas. Para eso el juez instructor del Supremo, Luciano Varela, que es de los que le tienen ganas, apoyándose en una denuncia presentada por la ultraderecha antidemócrata y tras ocho meses de trabajo, ha concluido que cuando Garzón pretendía investigar sobre las víctimas del franquismo, incumplió la Ley y ha dictado un auto donde le atribuye un delito de prevaricación con la pretensión de echarlo de la carrera judicial. Con los espectáculos bochornosos que están dando los jueces, ¿alguien puede pensar que el interés que guía al juez Varela es hacer justicia?
Esta actuación judicial no se puede justificar con tecnicismos jurídicos, eso sólo es una excusa para sentar en el banquillo y condenar a Garzón, al que la fiscalía no acusa porque no ve que haya cometido delito alguno. Y si alguien, con dos dedos de sensatez, no le pone remedio, nos encontraremos con el espectáculo del proceso de un juez cuya única acusación la ejerce la extrema derecha franquista por haber cometido un supuesto delito relacionado con la investigación de la represión franquista. ¿No hay nadie que le diga a esos jueces, enfermos de venganza, que esta situación no se puede tolerar en democracia? ¿Que no se pude utilizar un asunto como éste para un ajuste de cuentas personal?
Es el momento de que los jueces con sentido común intervengan, este asunto nos incumbe a todos los demócratas y el daño y el descrédito que produciría en la judicatura sería irreparable.
Memoria histórica
