26 de febrero de 2018

ADIÓS PALOMA


La paloma de Cajasur ha desaparecido. Los banqueros vascos han decidido que ha llegado el momento de cambiar los símbolos del pasado y lo han sustituido por su imagen corporativa. Han sido discretos, han dejado pasar unos años para efectuar el cambio a fin de no provocar un impacto brusco. Es lo que tienen los banqueros, no quieren asustar, saben mejor que nadie que el dinero es difícil de obtener y fácil de perder. Pasado estos años ya se puede efectuar el cambio sin que nadie se dé cuenta.

¿Se acuerdan? Cuántas explicaciones nos ha pedido la gente de fuera que nos preguntaban con asombro, cómo era posible que una entidad bancaria fuera propiedad de la Iglesia y además que la presidiera un cura. La verdad era que no sabíamos dar repuesta, seguramente porque tamaña incongruencia no tiene explicación. ¿Cómo explicar que un banco cuyo objetivo es ganar dinero con los intereses de los préstamos que hacía a la gente necesitada, podía ser propiedad de una institución cuya misión, dicen que es ayudar a los pobres? ¿Cómo explicar que el símbolo era una paloma que representaba al Espíritu Santo? Pero lo peor de esto era que nos habíamos  acostumbrado y lo veíamos normal. Total, si nos habían hecho creer en la Santísima Trinidad por qué no creer en un misterio más.
Ahora, no me digan que no era un gran invento unir el poder terrenal con el poder espiritual.

Menos mal que ya no tenemos que dar explicaciones, el color púrpura eclesiástico y la paloma han desparecido, Ahora hay al frente un banquero como Dios manda. Ya se sabe, a Dios lo que es de Dios y a la banca, el dinero.

Columna de opinión en la Cadena SER.

18 de febrero de 2018

La Historia en las cunetas.


  Mis recuerdos se hunden en el secretismo con el que mi madre contaba, en voz muy baja, que en los años que duró la guerra y los que le siguieron, oía por las noches con verdadero terror las descargas de fusilería  con que se asesinaban a los vecinos en la tapia del cercano cementerio de la Salud. Aprendimos entonces que había cosas que no se podían contar, como si nunca hubieran ocurrido y las escondimos tanto en el fondo de nuestra memoria que ha costado muchas décadas desempolvarlas. 
El franquismo cometió cientos de miles de asesinatos que quedaron impunes. Lo hicieron con una crueldad inusitada y privaron además, a los familiares de las víctimas del consuelo de poder velar y enterrar sus cadáveres de una forma digna y decente. Conmueve ver en estos días los restos mortales  que están desenterrando en las cunetas  o cualquiera de las fosas comunes que se están excavando. Sólo desde unas mentes rebosantes de odio se puede concebir tanta crueldad.
Pero la maldad del franquismo no se limitó a asesinar, también nos ocultaron a los niños en la escuela la historia de lo que ocurrió. Aprendimos que Franco, Queipo de Llano, Mola, Cascajo, José Antonio, eran unos héroes que  se sacrificaron por librar a España de judíos, masones y comunistas, La Iglesia Católica colaboró activamente en la salvación de las almas, aunque el precio fuese arrancarlas del cuerpo a tiro limpio. Fue la salvadora de la civilización frente a las hordas de ateos y marxistas, aunque no nos explicaron muy bien qué hacían los obispos ocupando escaños en las Cortes.  La cultura se limitaba a leer los clásicos y a José María Pemán. Descubrí la existencia de Miguel Hernández de mayor y por mi cuenta. Los perdedores no existieron, Azaña fue el asesino del tiro en la barriga y Santiago Carrillo, el asesino de Paracuellos. Los maestros eran del Régimen, los anteriores de la República los fusilaron o represaliaron. El resultado fue que varias generaciones  crecimos en la más absoluta ignorancia de lo que realmente ocurrió, nos cambiaron la historia, con el añadido del miedo que nos habían transmitido nuestros mayores. Esa ignorancia continuó cuando llegó la democracia. El ruido de sables en los cuarteles y el miedo a una repetición de la tragedia, hizo que nos conformáramos con la recuperación de las libertades y la democracia, que no era poco, pero nada de mirar hacia atrás. Una ley de amnistía para los asesinos y aquí no ha pasado nada. La Historia continuó enterrada en una cuneta. 
En esas condiciones, ¿alguien sensato puede pensar que conocíamos, por ejemplo, quién era Antonio Cañero? 
Cuando remodelamos la plaza del barrio, la Asociación de Vecinos nos pidió que cambiáramos el nombre que tenía de Monseñor Fernández Conde.  No querían el nombre de un obispo para su plaza y nos pidieron que le pusiéramos el nombre del barrio. Por cierto, entre los vecinos había bastantes “comunistas”. Y el Pleno, por unanimidad lo aprobó. Hace muy pocos años que me enteré quién era Antonio Cañero y su comportamiento en la guerra civil.
El año pasado (2017) supe que el interventor que habíamos tenido en el Ayuntamiento durante los primeros años, Antonio Baena Tocón, fue miembro del Tribunal Militar que condenó a Miguel Hernández. Aunque en su momento lo hubiéramos sabido, poco se podía hacer, estaba amnistiado. Me adelanto a la posible acusación de que “los comunistas” consentimos tener de interventor  a un sujeto como ese.
Es un sarcasmo que los representantes políticos de esta derecha del PP, empeñados en parecer herederos del franquismo, utilicen nuestro desconocimiento, fruto de la represión sufrida en la dictadura, como argumento político. 
Ahora las circunstancias han cambiado, estamos conociendo la verdad de lo que pasó por investigaciones realizadas por historiadores que se han hecho públicas. Estamos conociendo la historia que nos ocultaron, estamos sacando a la historia de las cunetas en las que la enterraron. Ahora existe una Ley de la Memoria que obliga a recuperar los restos de las víctimas y a borrar de los espacios públicos los nombres de los represores. Su aplicación está llevando a reparar ese espacio negro de nuestra historia, muy tarde, es cierto, pero es la consecuencia del miedo que sembraron durante cuarenta años. Llevaba razón el dictador asesino, "lo dejo todo atado y bien atado".