10 de febrero de 2011

Los bancos nos humillan




Cuesta trabajo mantener la calma cuando los banqueros presentan sus balances anuales con ganancias de miles de millones de euros y que además se permitan ordenarnos lo que tenemos que hacer. Hay que reconocer que su comportamiento obedece a una realidad que se ha puesto claramente de manifiesto en los últimos tiempos, por si alguien tenía alguna duda: ellos son el poder y no están dispuestos a renunciar a él. Es decepcionante que estemos discutiendo sobre las distintas opciones políticas, analizando encuestas, reflexionando sobre lo que vamos a votar en las próximas elecciones y nos digan desde Goldman Sachs, JP Morgan, Citigrup, Santander o BBVA, lo que hay que hacer gane quien gane. Es muy grave que la política tenga un papel tan subordinado y que no imponga sus criterios que cuentan con la legitimidad que le da el sistema democrático.
No debemos olvidar que toda esta ruina la empezaron los bancos hace tres años por su desmedida avaricia de especular hasta límites irresponsables. Tampoco conviene olvidar que muchos de ellos fueron salvados por las inyecciones de capital que suministraron los gobiernos, es decir, dinero de todos nosotros. Y como no se podía dar el dinero a cambio de nada, se habló —algunos gritaron— que había que tomar medidas para que esto no volviera a ocurrir, meter en cintura a los mercados, era la hora de refundar el sistema capitalista, terminar con los paraísos fiscales. En definitiva se apostaba porque era el momento de marcar la hegemonía de la democracia sobre el mercado. Era la lógica en medio de la catástrofe, algunos pensamos que el capitalismo se había suicidado, el momento de las ideas había llegado y podía ser el comienzo de una etapa donde la política no fuese solamente “el momento de apretar el gatillo del arma que era la economía”, sino que se podría también elegir el tipo de arma. El paso del tiempo ha puesto las cosas en su sitio, los bancos salidos de la UCI gracias a nuestra sangre vuelven a fortalecer el mercado y nos dicen que nada de regulación, porque eso será peor, si se regulan dicen que pasarán a la clandestinidad, áreas más opacas les llaman ellos, y perjudicará a los créditos y por tanto al crecimiento. Han dicho en Davos, con un absoluto descaro, que los gobiernos lo que tienen que hacer es preocuparse de sus déficits y sus deudas y dejarlos tranquilos a ellos, porque si no nos vamos a enterar.
Además han elegido este momento para acabar con las Cajas de Ahorros, una espina que llevan clavada desde que estas entidades entraron en el negocio que consideraban exclusivo de ellos. Lo que más sorprende es la inacción por parte de la ciudadanía que ve desaparecer con la mayor indiferencia unas instituciones que han revertido a la sociedad sus beneficios y que han hecho posible mejorar su calidad de vida. Hospitales, centros de día, guarderías, ayudas a los sectores sociales más desfavorecidos, microcréditos para ayudar a iniciativas empresariales, impulsos para actividades en el campo del conocimiento y de la cultura y un largo etcétera que cada ciudadano puede rellenar con lo que conoce de su entorno. Mientras tanto los beneficios de los bancos revierten en los bolsillos de sus propietarios, para los que las cajas eran un mal ejemplo que había que erradicar. El presidente del BBVA, Francisco González —que “sólo” ganó el año pasado 4,97 millones de euros—, lo dejó claro: las cajas rompen el mercado con bajos precios, son un obstáculo para el desarrollo económico y encarecen los préstamos que piden ellos en los mercados. Le ha dado munición al Gobierno para justificar las medidas que ha tomado. Otra víctima más de la democracia sacrificada al dios Mercado. Esto es lo que más duele de la medida, que desde la política no se hayan planteado soluciones alternativas posibles. Como ciudadano demócrata me siento humillado e impotente.

3 de febrero de 2011

Empresas públicas



El Partido Popular y sus medios afines han comenzado una gran ofensiva de desprestigio de las empresas públicas. Denuncian el mal estado económico en que se encuentran, incluso llegan a decir que son inviables. Naturalmente el siguiente paso es proponer su desaparición, o algo mejor, su venta y privatización, cumpliendo el manual del partido.
Las empresas públicas prestan un servicio a los ciudadanos sin que su objetivo sea obtener beneficios y sin que el ciudadano page la totalidad de sus costes reales. Es decir, son deficitarias por naturaleza. Déficit que paga el Ayuntamiento, por tanto, pasar apuros económicos forma parte consustancial de su existencia. Siempre han estado mal o muy mal, pero nunca bien, si lo hubieran estado es que no cumplían con su obligación. Y el Ayuntamiento paga porque el objetivo político siempre ha sido que la ciudadanía tenga el mejor y más moderno servicio posible ¿Alguien recuerda que haya fallado la recogida de basuras, la limpieza viaria, el transporte público, o el abastecimiento de agua? Sin embargo, problemas de este tipo los hemos visto en otras ciudades con servicios privatizados. Es decir, la gestión pública de los servicios de esta ciudad es ejemplar. La empresa privada, por el contrario, pretende, legítimamente, ganar dinero y eso sólo se consigue, disminuyendo la calidad del servicio para abaratar costes, invirtiendo menos en la renovación de material, despidiendo trabajadores, y aumentado las tarifas. O bien que el Ayuntamiento siga pagando sus costes incrementados por el beneficio empresarial. Dudo mucho que el ciudadano quiera ver sus calles más sucias, los camiones de saneamiento y lo autobuses más viejos, con más averías, el agua con peor calidad y los trabajadores en huelga, como pasa en otros lugares.
El PP tiene que aclarar si esto es lo que quiere para la ciudad en caso de ganar las elecciones.