20 de julio de 2020

EGOÍSMO Y SOLIDARIDAD


La semana pasada nos encontrábamos en Córdoba felices porque no había contagiados por el virus. Es decir, que nos estábamos portando con la responsabilidad que se nos pedía por las autoridades sanitarias. Pero todo se torció en un momento. De ser los mejores hemos pasado a ser los peores de Andalucía, todo ello como consecuencia de la celebración de una fiesta.
Creo que algunos desaprensivos no se dan cuenta de la gravedad de la situación que estamos atravesando. Confunden el hecho de poder salir a la calle con hacer vida normal, el poder tomar unas cañas con amigos, convertirlo en fiestas o botellones. Pero el uso obligatorio de la mascarilla ya nos demuestra que no  existe la normalidad, y no puede existir mientras estén en juego nuestras vidas. Porque de eso se trata, de nuestras vidas, nada menos. Hay que ser muy irresponsables para no darse cuenta de esto. Dice hoy el filósofo Daniel Innerarity en un artículo, que el ser humano está diseñado para no ver más allá de sus narices. Sin duda eso nos convierte en egoístas y hacemos lo que nos apetece sin medir las consecuencias. Pero en este caso es un egoísmo suicida y a la vez homicida porque puede matar a los demás. Hay que entender que ahora la solidaridad comienza con nosotros mismos por la cuenta que nos trae. Los que respetamos las normas, sabemos lo que está en juego, y las cumplimos porque es la única manera de evitar el contagio y acabar cuanto antes con esta situación anómala. Entendamos de una vez por todas que ahora no es tiempo de fiestas ni de celebraciones y que llegarán antes si nos portamos responsablemente.
 
  Columna de opinión en la SER 20-07-20

13 de julio de 2020

REALIDADES


En esta sociedad en la que vivimos de una sangrante desigualdad, de desencanto de mucha gente que ve destrozadas sus ilusiones sin esperanzas de tener un proyecto de vida, empleos de miseria muchos de ellos pagados en negro y ahora llena de covid 19, resulta sorprendente la resignación con que se acepta esta realidad. Asombra como los más castigados apoyan con su voto a los verdugos que, con gran descaro, les hablan de su negra situación pero les venden humo. ¿Acaso no reflexionan que mientras ellos luchan  por conseguir un puesto de trabajo volátil y míseramente retribuido, el año pasado hubo 11.000 nuevos ricos en España? ¿No se percatan de que les están engañando con banderas, patrioterismos baratos y ninguna propuesta que les resuelva su angustiosa situación?

Dice Stiglitz que la desigualdad es una opción, no algo inevitable. Que haya que decir esa obviedad es  porque  la mayoría  de la sociedad acepta su derrota como irremediable. Ahora estamos inmersos en una situación inédita en la historia reciente, donde la economía se ha parado en seco porque lo primero es la salud, aunque los depredadores no estén de acuerdo. Para habilitar una salida de esta parálisis muchos gobiernos, entre ellos el nuestro, han formalizado un diálogo entre todos los agentes sociales para que se aporten soluciones que hagan posible poner en marcha de nuevo el sistema productivo. Cualquier observador pensaría que se presenta una situación ideal para repartir nuevas cartas y empezar de nuevo la partida. Se trata  de hacer que haya más justicia social y que el reparto de cargas y beneficios no perjudique a los de siempre.

La firma de un acuerdo entre todos los representantes del Gobierno, patronales y sindicatos para la reconstrucción de nuestra economía, ha sido considerado por todos como un importante avance. Pero los representantes empresariales, que defienden a los ricos, han amenazado con las penas del infierno si se le ocurre al Gobierno subirle los impuestos, como han dejado caer algunos ministros. Ni se les ocurra. Ni siquiera a las multinacionales que nos esquilman, nos pagan impuesto de risa y tienen su domicilio  fiscal en el país que más les favorece (Netflix paga en España 3000 euros de impuestos al año). Esto no es Venezuela. (sic). Algún día tendrán que explicarnos a que viene esa manía de referirse permanentemente al país sudamericano.
La segunda objeción que han puesto ha sido que ni hablar de tocar la reforma laboral del PP. Ya montaron el escándalo cuando el Gobierno acordó con Bildu su derogación, acuerdo que duró minutos. Ese es un terreno conquistado y no se da un paso atrás ni para tomar impulso. Las condiciones laborales de los que trabajan se tienen que quedar con las inseguridades y precariedad actuales.

Consecuencia, si no se puede tocar la subida de impuestos a los ricos para poder financiar las ingentes cantidades de dinero que se necesitan ahora para poner en marcha la economía (sí se pueden subir a los que siempre pagan), ni se pueden cambiar las miserables condiciones laborales que implantaron  utilizando al PP como su brazo político. ¿qué queda por negociar? Sin duda algunas cosas menores, pero estas son las esenciales y ya sabemos que no están dispuestos a revisarlas.  

Decía Buffett, el dueño de Berkshire y la tercera fortuna de EE.UU., que “existe una lucha de clases, pero la mía, la de los ricos, es la que está haciendo la guerra y la estamos ganando”. Literal. Duele,  pero solo dice la realidad de lo que está pasando. Es la revolución de los ricos y ha derrotado a la del proletariado que ha pasado de luchar por  ejercer la hegemonía en los medios de producción a conformarse con subsistir.
El capitalismo sin freno al que hemos llegado solo contempla del futuro la posibilidad de esquilmar cuanto más mejor. Esta  insaciable avaricia  puede llevar al sistema de mercados a colapsar porque haya hecho que los consumidores no tengan recursos para poder consumir y además acaben con el planeta.

De nuevo cito a Stiglitz,  “Tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo. Amenaza con destruir un mercado justo y competitivo y una democracia con sentido…Debemos forjar unas nuevas reglas sociales que permitan a todos llevar una vida decente y de clase media”. No se trata de hacer una revolución bolivariana, ni de acabar con el sistema, es simplemente   hacerlo más justo para que dure y podamos vivir todos en un planeta más sano. Es muy fácil de entender.

 El Gobierno progresista tiene que sortear los obstáculos pero sin renunciar a sus principios y a los contenidos del pacto de Gobierno firmado entre las dos fuerzas políticas. La situación es extremadamente compleja porque hay que actuar sin tener la mayoría suficiente para llevar a cabo sus propósitos, pero  tiene que hacerlo y hasta ahora ha demostrado tener cintura y capacidad de aguante. Ha resistido con éxito los enloquecidos ataques de la derecha para derribarlo en plena pandemia, pero ha lucido serenidad y no ha respondido a las provocaciones tabernarias de que ha sido objeto. Ha gobernado con medidas que han favorecido a los más perjudicados por la situación creada por la pandemia. Ha anunciado su propósito de continuar por el camino de reforzar las políticas que conducen a recomponer el estado del bienestar tan machacado por los gobiernos del PP y ha demostrado su propósito de durar todo el mandato. Eso significa abrir un portillo de esperanza a que la injusta situación que padecemos empiece a resolverse.

Asusta pensar que el futuro estuviera gobernado por el PP jaleado por VOX. Una pesadilla.


4 de julio de 2020

SECTARISMO IDEOLÓGICO


Últimamente las derechas, todas, y sus voceros de la caverna están utilizando con bastante frecuencia el término  sectarismo ideológico para calificar  las medidas políticas y las propuestas que hace el Gobierno, seguramente como consecuencia del espíritu bolivariano que invade a sus miembros, que como también han pregonado, pretenden imponer aquí para convertir a España en otra Venezuela. La Iglesia oficial también se ha incorporado a la utilización de esos calificativos.

Seguramente se refieren a la atención que se presta al sector de la sociedad más castigado por la parálisis económica que ha producido la decisión, dictatorial, de confinar a la población para salvar la mayor cantidad posible de personas de ser víctimas de la pandemia y a que la enorme factura que habrá que pagar se reparta proporcionalmente a la riqueza que cada uno posee.

El diccionario de la RAE define ideología como “un conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político”. Es decir, toda persona  tiene unas ideas fundamentales en las que basa los aspectos de su vida, sus gustos, aficiones, sus filias, sus fobias, y la relación con sus semejantes. O sea, que según la RAE, toda persona tiene una ideología que la refleja en sus actuaciones y sus comportamientos habituales.

También la RAE define sectarismo como “fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología”. Por tanto cuando el Gobierno actúa con un sectarismo ideológico se puede interpretar como la imposición  de  su ideología de una manera sectaria.  

A sensu contrario se deduce que los que le acusan carecen de ideología y mucho menos de sectarismo. Solo la izquierda tiene ideología y solamente desde la izquierda se aplica con fanatismo.

Este es un viejo discurso que ha tenido siempre la derecha y que ha utilizado desde tiempos de la dictadura. De hecho en aquella época se utilizaba la expresión “tiene ideología” como una acusación para referirse a los que defendían la democracia. Era el peor calificativo que te podían dedicar. Lo preocupante es que sus herederos continúen usándolo con la misma connotación, y peor aún que siga teniendo los mismos efectos entre sus seguidores. Hace poco en una conversación de varias personas, entre las que me encontraba, cuando salió el término, uno de ellos se apresuro a manifestar de forma un tanto airada “¡yo no tengo ideología!”. Porque tener ideología lo definía automáticamente como un izquierdista peligroso.

Precisamente la ideología, es decir, la forma de ver el mundo que tenemos las personas fruto del pensamiento, es lo que nos diferencia de los animales. Por tanto la ideología no es exclusiva de una parte de la sociedad, es de toda ella. Las distintas formas de interpretar la realidad hacen que existan distintas ideologías y que cada una de ellas intente imponerse sobre las demás en  muchas ocasiones de forma violenta. Por eso la sociedad moderna se ha dotado de un mecanismo para evitar que los sectarismos acaben en guerras  cruentas.  Ese mecanismo se llama DEMOCRACIA, donde las confrontaciones ideológicas encuentran un campo de negociación y acuerdo.

Por tanto, esta derecha también tiene su ideología que se caracteriza en  que bebe de las fuentes franquistas, que defiende los intereses de los dueños del mercado, que se siente obligada a devolver a la Iglesia el  poder que perdió con la llegada de la democracia, que profundiza la desigualdad social con medidas que perjudican a los trabajadores, que deja sin horizontes de futuro a la juventud, que le molesta que los perjudicados por sus políticas se manifiesten y los amordaza con una ley, que solo le importa el bienestar de unos pocos privilegiados y no le preocupa el aumento escandaloso de la pobreza y que utiliza el poder en beneficio propio con el dinero de todos. Estas medidas  son las que aplica siempre que tiene el mando y  se irrita cuando no lo tiene, porque su  concepto  del poder es que le pertenece por derecho propio. Precisamente esa intransigencia que tiene esta derecha con los que no piensan como ellos a los que descalifican e insultan es lo que define la RAE como sectarismo.

 Una derecha democrática tiene que aceptar que cuando no gobierna, porque la ciudadanía decide que lo hagan otras fuerzas políticas, tiene la obligación de negociar sus propuestas  con el Gobierno y no tratar de derribarlo a cualquier precio, como ha pretendido hacerlo de forma irresponsable en plena crisis de la pandemia. Y que cuando los que gobiernan intentan aplicar su programa electoral por el que han sido elegidos, no son sectarios, son consecuentes con los principios que defienden, como hace cualquier ideología siempre que tiene ocasión de hacerlo en un sistema de libertades.