16 de noviembre de 2009

Trabajadores de Cajasur

Seguimos a vueltas con la fusión entre Cajasur y Unicaja. Con lo difícil que es en circunstancias normales este tipo de procesos, en las condiciones especiales que reúne éste, debido a la delicada situación de Cajasur, lo es más todavía y encima no ganamos para sobresaltos. Un día son los canónigos los que amenazan con reventar la operación, ahora son los representantes del sindicato Aspromonte los que se oponen a la fusión, después de haberla apoyado, y se suben a la parra anunciando movilizaciones. Dicen defender los puestos de trabajo de sus empleados. Esa es su obligación, faltaría más, y es lo que hacen todos los sindicatos. Lo que no se entiende es que Aspromonte aprobara hace unos meses un plan de actuación presentado por Cajasur al Banco de España, donde figuraba el cierre de 54 oficinas y un recorte del 10% de la plantilla y ahora, cuando hay que aplicarlo para hacer la fusión, amenacen con una guerra. Ahora proponen que el reajuste lo haga la futura Caja que resulte de la fusión. ¿Qué pretenden? ¿Que el reajuste lo sufra la plantilla de Unicaja? Es totalmente absurdo. Mientras tanto, los demás sindicatos están trabajando en la línea de la negociación para conseguir las mejores condiciones en un inexorable reajuste de personal. Lo que tendría que hacer este sindicato es explicarnos por qué apoyó la fusión y el plan de actuación y ahora se opone de forma virulenta, con términos como “el tiro en la nuca”, tan parecidos a los que empleó el Presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, con aquello de “aparecer boca abajo en una cuneta”, lo que hace deducir de quién es “la mano que mece la cuna”.

Comentario en Radio Córdoba de la Cadena SER. 16-11-2009

15 de noviembre de 2009

La Iglesia y el poder


La película Ágora ha recibido algunas críticas porque presenta a la Iglesia como una institución extremista y cruel. Quien hace esas críticas o desconoce la historia o hace gala de un gran cinismo. Algunas secuencias de la película, como la matanza de los judíos, me hicieron pensar que lo que estaba viendo se ha repetido en el transcurso del tiempo; por ejemplo, la matanza de miles de protestantes, perpetrada en París por los católicos, convenientemente agitados por predicadores capuchinos, en la trágica noche de San Bartolomé de 1572. Otra película, La Reina Margot, de Patrice Chéreau, trata esta vergonzosa página de la historia de la Iglesia con una gran crudeza.

La historia nos demuestra que la Iglesia católica, representada por su jerarquía, ha luchado por conseguir el poder y, en ocasiones, sin respetar el más elemental principio de los derechos humanos. Y lo ha hecho con ventaja porque dicen representar a Dios y administrar su palabra, casi nada. Los que osaban discrepar eran excomulgados, acusados de herejes, torturados y muchos de ellos quemados vivos. Este mecanismo les funcionó con extraordinarios resultados, no se movía una hoja sin que el Papa dijera dónde tenía que caer. Pero desde que llegó Lutero las cosas ya no fueron como antes y gran parte de Europa, asfixiada por el poder de Roma, encontró la ocasión de liberarse. Para nuestra desgracia, España no solo siguió fiel al Papa, sino que se convirtió en el país más fiel de todos. Y ahí seguimos.

Conviene recordar que en la dictadura hemos visto a los obispos sentados en las Cortes, igual que en el siglo VI con Recaredo, llevando al dictador bajo palio y saludando brazo en alto. El certificado de bautismo era necesario para ser funcionario y muy conveniente para conseguir un puesto de trabajo. Censuraban libros, películas y expresiones artísticas, que prohibían o amputaban de forma brutal, es decir, tenían el poder. Y esto no son historias, sino vivencias de muchos españoles que tuvimos la desgracia de padecerlas.

La democracia cambió las cosas, y la Iglesia perdió parte de ese poder desde la misma Constitución. Y lentamente ha ido retrocediendo frente al poder democrático, no sin resistencia y protagonizando reacciones virulentas. Y eso que ni siquiera se ha tocado el Concordato con el Vaticano que les garantiza vivir del dinero público. Últimamente han incrementado su ofensiva, para ello se valen de su influencia en el Partido Popular, que actúa como su brazo político, su sintonía con sectores del Poder Judicial y la movilización de su entramado social. La cúpula de la Conferencia Episcopal ha sido ocupada por el sector más integrista y sectario, que dirige la Iglesia hacia las posturas más beligerantes, y es en ese contexto donde hay que situar sus manifestaciones agresivas contra las leyes que propone el Gobierno en relación con la educación, o con la interrupción voluntaria del embarazo, siempre, naturalmente, contra el Gobierno socialista.

El secretario y portavoz de los obispos, Juan Antonio Martínez Camino, ha amenazado con la excomunión a los políticos católicos que voten a favor de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Lo primero que hay que considerar es que esas declaraciones corresponden a la postura oficial de la Iglesia católica, por tanto, no es de recibo que algunos de sus miembros intenten desmarcarse ante lo dicho por su portavoz. Si Rouco Varela y Martínez Camino no representan a la Iglesia, que los quiten. Cuando se amenaza de esa manera es que se quiere dejar claro que su poder está por encima del poder democrático, y, como consecuencia, se pretende doblegar la voluntad de nuestros representantes políticos. Eso significa un ataque directo a la democracia y la respuesta debe ser contundente. Debe quedar claro que estamos en otros tiempos donde el poder no viene de Dios sino de la ciudadanía, y que la norma es el respeto a la libertad y a los derechos de los ciudadanos, costó mucho conseguirlos y los defenderemos de los ataques divinos o humanos.

No quieren entender que las creencias pertenecen al ámbito privado de cada persona y que el ámbito público lo construimos entre todos desde el respeto y la tolerancia para conseguir una convivencia en paz. Creo que eso está más en consonancia con los principios del cristianismo que la fuerza y la amenaza. Creo que no lo van a entender.

5 de noviembre de 2009

La derecha y la democracia

En ocasiones resulta necesario, imprescindible más bien, recordar los principios sobre los que se basa nuestro marco de convivencia, nuestro sistema democrático, que se sustancia en el respeto al Estado de Derecho, el respeto a las leyes y, como instrumento de gobierno, la negociación y el acuerdo político. Y hay que recordarlo, por obvio que parezca, porque la democracia es un sistema más frágil de lo que parece debido a que los poderes, todos, económico, político, eclesiástico, tienden a desfigurarlo para que sea útil a sus intereses. Últimamente la derecha es un claro ejemplo de esto.

A la derecha española le está costando mucho hacer su transición de la dictadura a la democracia. Hoy, treinta y dos años después de haber acabado la dictadura, vemos que alcaldes como el de Granada se niegan a quitar el monolito dedicado a José Antonio Primo de Rivera, o a quitar de las calles el nombre de significados miembros de la dictadura, o la alcaldesa de Villanueva del Duque, de Córdoba, que también se resiste a aplicar la Ley de Memoria Histórica, o el alcalde de Torrejón, con esa inmensa bandera dedicada a los caídos. La lista sería demasiado larga, por desgracia.

Pero esto no es lo más significativo, el peor ejemplo lo está dando la dirección del Partido Popular. En la investigación de los casos de corrupción de la trama Correa que afecta a gran parte del partido, atacan a la policía y al juez, pese a publicarse las conversaciones, que dan vergüenza, y de haber sido imputados destacados dirigentes del partido. No entienden que ellos puedan ser investigados. El comportamiento de los jueces debe ser como el del Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, más que amigo del Presidente, es decir, el Sistema Judicial al servicio de sus intereses. Y lo que más alarma es la naturalidad con que lo hacen, sin asomo de pudor.

Un demócrata no ampara la corrupción, ni ataca a quien la persigue, un demócrata sabe que la corrupción es el cáncer del sistema y que es preciso extirparlo, por doloroso que sea, porque primero es la democracia y después la familia. Un demócrata no ataca a un poder del Estado, podrá no estar de acuerdo con sus decisiones, pero jamás cuestionarlo.

Esta derecha parece que no es capaz de romper con su pasado que hunde sus raíces en la dictadura y más allá. No olvidemos que la guerra civil y la dictadura fueron la imposición brutal de su poder que históricamente les ha pertenecido por derecho divino. Y para ellos el poder es mandar, no gobernar y, de una manera u otra, mandar en todos los poderes del Estado.

Lo que necesitamos es una derecha sin atavismos, moderna, dialogante, que comprenda que lo más importante son los intereses de los ciudadanos y que, desde la oposición, debe colaborar con el Gobierno para conseguirlo, que debe ser dura con sus corruptos y que, por encima de todo, debe respetar las reglas del juego. Y existe entre sus filas gente que piensa así y es necesario que, cuanto antes, impongan sus ideas, consigan ser mayoritarios y acaben de una vez por todas con esos comportamientos que tan peligrosos son.