6 de octubre de 2014

La Orquesta de Córdoba: una apuesta irrenunciable


El pasado domingo la Orquesta Sinfónica de Córdoba lanzó una llamada de socorro ante la amenaza de desaparición que pesa sobre ella. Y lo hizo con rotundidad, apoyada por numerosos artistas y arropada por el público cordobés. ¿Cómo es posible que se haya tenido que llegar a esta situación?
 Conviene recordar que a principios de los años 80 Córdoba contaba con una Banda Municipal. Su director, Luis Bedmar, un hombre apasionado por la música,  nos transmitió la idea de convertirla en orquesta. Las dificultades económicas y administrativas dificultaron su realización y aunque se renunció a la idea en ese momento, en los años siguientes la banda fue adaptando su composición y su repertorio a las necesidades que requería una orquesta. El resultado fue un híbrido que requirió del inagotable esfuerzo de su director para conseguir que sonara como la orquesta que no era.
A comienzos de los años 90 la Junta de Andalucía crea una red de orquestas que abarcaba todo el territorio. En 1990 se crean las Sinfónicas de Sevilla y Granada,  al año siguiente se crea  la Filarmónica de Málaga. En Córdoba vimos la oportunidad de conseguir lo que se perseguía desde años atrás. El diálogo, la negociación y la colaboración, elementos fundamentales para hacer política de verdad, hizo posible que en 1992 la Orquesta Sinfónica de Córdoba fuese una realidad. Fue el último consorcio que se formó y como las otras tres, se financia entre el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía.
Eran los años en que en el Gran Teatro se representaban óperas, algunas de ellas de producción propia. El Coro del Gran Teatro adquiría fama y era requerido para participar en óperas y conciertos en otros lugares de España y la Orquesta dirigida por Leo Brouwer conquistaba al público cordobés y nos enseñaba que la música que hacía una orquesta no era exclusiva de una élite cultural, trasladó la orquesta a los barrios, dio conciertos en los lugares más insólitos y enseñó a muchos cordobeses a vibrar con la música de la que se habían sentido tan alejados. Aprendimos que la Orquesta era un instrumento cultural de primer orden e inició un rumbo que después continuaron sus sucesores. Y ahí seguimos.
En los largos años de necesidad que estamos atravesando, hemos presenciado el brutal ataque que se ha hecho con todo lo que afecta a la cultura, recortes presupuestarios escandalosos y especialmente la subida del IVA al 21%  que ha supuesto un golpe durísimo y una asfixia insoportable para todo el sector. En países rescatados como Portugal, con un IVA cultural del 13%, e Irlanda un 9%, y en los de nuestro entorno, Italia 10% y Francia 7%,  han valorado lo que supone proteger  el arte y la cultura para la riqueza intelectual y económica de sus ciudadanos, aún en los momentos más duros.
Aquí la entrada para oír un concierto se ha visto incrementada en más de un 14 %. El concepto que ha manejado el Gobierno para tamaño despropósito es considerar que la música y la cultura en general es un lujo y que lo pague el que pueda hacerlo, otra vez la cultura para las élites cultas que pueden pagarla. Aquí hemos luchado por todo lo contrario y ha quedado demostrado que ensanchar los horizontes de la divulgación cultural, no solo es beneficioso, sino que crea nuevas necesidades que  nos enriquecen y nos hacen mejores personas. Los beneficios económicos que tanto preocupan vendrán después como una consecuencia.

Los responsables de evitar la desaparición de nuestra Orquesta deben pensar lo mucho que costó fundarla y la labor que ha desarrollado. Lamento no saber cuantificar económicamente cuánto supone eso, pero sé  lo que se pierde si desaparece: volver treinta años atrás y la frustración de la sociedad ante la desaparición de un instrumento vital para la cultura de la ciudad y al que ya estamos habituados.

10 de septiembre de 2014

ESTA DERECHA NO ENTIENDE LA DEMOCRACIA

El Gobierno del Partido Popular se propone modificar la Ley Electoral para que en las próximas elecciones municipales los alcaldes sean elegidos directamente por los ciudadanos aunque no obtengan la mayoría absoluta, sólo sería necesario ser cabeza de la lista más votada. Esto evitaría, según el PP, que se formalizaran pactos poselectorales entre el resto de las fuerzas políticas con lo que se conseguiría una mayor gobernabilidad de los Ayuntamientos y se evitarían los casos de corrupción.
A la espera de conocer los detalles de esta propuesta, que aún no se han hecho públicos, conviene hacer algunas reflexiones sobre el asunto.
La acción política en un sistema democrático se basa fundamentalmente en el pacto y en los acuerdos entre los partidos políticos y entre éstos y la sociedad. Las leyes, normas y asuntos de interés, deben ser debatidos, discutidos y enriquecidos entre todos. Esto tiene su razón de ser en que los partidos que no han obtenido la mayoría, pero que también representan a los ciudadanos, puedan aportar sus puntos de vista e introducir modificaciones a las propuestas de la mayoría, siempre sobre la base de la representación conseguida. Es decir, en democracia la ciudadanía es la base fundamental de la política, como está expresado en nuestra Constitución en su artículo 2º.
Basándonos en este principio, si varias fuerzas políticas deciden aliarse para gobernar, con un programa pactado, no sólo es legítimo, sino más democrático porque estarán gobernando en representación de la mayoría de los ciudadanos. Contraviene este principio quien, sin alcanzar la mayoría absoluta, la consigue por el hecho de ser la fuerza más votada, dejando a la mayoría de los ciudadanos sin el legítimo derecho a que sus representantes gobiernen, si así lo acuerdan.
El Partido Popular tiene un serio problema. Al ser el único partido que representa a la derecha en el Estado, le es muy difícil establecer alianzas con otras fuerzas políticas. De ahí que para gobernar tenga que obtener mayorías absolutas, y cuando lo consiguen suelen interpretarlo como poder absoluto, como por desgracia estamos comprobando.
La lógica y los datos desmienten que los gobiernos de coalición sean más corruptos. El hecho de compartir las tareas de gobierno les hace ser más transparentes, por el contrario, un gobierno único tiene más posibilidades de cometer irregularidades y esconderlas a la oposición. Conviene recordar que las dictaduras son los regímenes más corruptos que han existido y existen.
En una democracia, si algo es obligado acordar entre todos son las reglas de juego, y la más importante es la ley electoral. Es impensable que un solo partido se la imponga a los demás porque siempre lo hará en beneficio propio y no pensando en el interés general. A ningún partido con alma democrática se le ocurriría tamaño disparate. Las encuestas sobre la pérdida de sus mayorías absolutas en los principales Ayuntamientos, ha sido lo que ha impulsado al PP a cambiar la Ley, nada importa que sea poco democrático. ¿A qué viene si no esa prisa por cambiar la Ley unos meses antes de celebrarse las elecciones con el rechazo unánime de todas las fuerzas políticas?
No es posible que el PP lleve a cabo el despropósito de intentar sacar adelante una Ley electoral sin apoyo de nadie y antes de la consulta electoral del próximo mayo. Y aunque introduzca modificaciones sobre las disparatadas propuestas que ha dado a conocer, ya no sería creíble para la ciudadanía.
Tal vez sea necesario revisar la Ley Electoral y darle una mayor profundidad democrática, pero eso conlleva un debate profundo y en el marco de reformas más amplias que incluya modificar la Constitución para adaptarla a la nueva realidad de la sociedad española. “Éste es un asunto muy complicado. Hay que hacer las cosas bien y no hacer las cosas mal”, dijo Rajoy en la última reunión del PP, en referencia a la modificación de la Ley Electoral. Pues eso.



2 de abril de 2014

Lo que el electorado quiere

Las elecciones municipales en Francia han supuesto una derrota del partido socialista que gobierna en el país, el triunfo del centro-derecha, el ascenso del Frente Nacional de Marine Le Pen y una fuerte abstención. Sin duda es una manifestación más de que la socialdemocracia se está equivocando seriamente en sus políticas, ya pasó en España en las últimas elecciones generales y no parece que se haya tomado nota. Da igual el país, las medidas económicas que se han aplicado son muy semejantes y en el fondo se trata de que los efectos de la depresión económica la paguen los que menos culpa tienen y sus causantes se vayan de rositas. Y esto duele especialmente cuando se espera que con la izquierda gobernando no se produzca esta injusticia. A esto se reduce todo y el efecto que produce es el mismo en cualquier parte donde se tiene la ocasión de manifestarlo.
La gente muestra su indignación en la calle dando apoyo masivo a colectivos que cuestionan el sistema, pero luego no ayudan en las urnas a los partidos políticos que más o menos los representan. Esto demuestra que la ciudadanía, a falta de una alternativa económica global, quiere que este sistema  capitalista sea más humanizado -una contradicción en sus propios términos-. Ya que no tenemos otra cosa hagamos que sea más justo. El deseo de mantener este estatus, aunque más equilibrado, es lo que hace que las movilizaciones carezcan de profundidad y no tengan consecuencias políticas. El sistema no se pone en duda, solo su aplicación en momentos de crisis, el poder puede estar tranquilo.
El capitalismo triunfante se siente seguro porque ha inoculado su virus en la población, todos queremos poseer cosas, cuantas más mejor, queremos vivir bien. Ellos se encargan de la financiación y de hacernos prisioneros de por vida con unas deudas impagables. Las desigualdades que produce esta práctica son crueles y sangrantes. Es el triunfo del individualismo frente a la solidaridad, el triunfo de los valores que defiende  la derecha y el fracaso de la izquierda que ya parece no creer en los valores que dice defender, por tanto será muy difícil que sus mensajes tengan credibilidad. Lo que se está pidiendo es que el socialismo democrático cumpla su papel de domesticar el capitalismo en beneficio de los más desfavorecidos. Es cierto que hacer esto ahora no es tan fácil como lo era en la abundancia del pasado.
 El sistema se encuentra con la inexistencia de alternativas que lo cuestionen y por tanto aplica una estrategia de acumulación de dinero de una manera grosera en manos de unos pocos que dominan y controlan la economía de una manera absoluta,  imponiendo sus propias reglas que conducen a la asfixia económica a quien las incumple. Esta es la simple realidad que evidenciamos todos los días.
¿Quiere esto decir que desde la izquierda no se puede hacer nada? La aplicación de los principios socialdemócratas requiere de una mayor firmeza y agresividad, hay mucho por hacer, todo menos lo que se está haciendo. Para empezar, no se pueden imitar las políticas que aplicaría la derecha con el pretexto de que no se puede hacer otra cosa, Europa manda. Bruselas está controlada por el capitalismo neoliberal y exige la aplicación de medidas coherentes con sus principios, en caso de necesidad salvar los intereses de los poderosos a costa de los más  necesitados. Lo que se reclama por los amplios sectores sociales afectados es que se pongan en cuestión esas medidas. Es necesario contar con alternativas  que se perciban por la población y que conduzcan a mejorar su precario nivel de vida. Y para empezar no estaría mal que alguien dijera que otra política fiscal más justa es posible, que se especifique en qué consistirá y que a la vez garantice el alcance de los objetivos que nos obligan a cumplir, sin necesidad de hacerlo como quieren que lo hagamos. Las medidas alternativas se han expuesto infinidad de veces por especialistas en estos últimos años, sólo falta el valor político de asumirlas, explicarlas de forma convincente y juramentarse para aplicarlas cuando se consiga gobernar. Tal vez sea necesario comenzar por el reconocimiento de los errores cometidos en el pasado, ayudaría mucho a ganar la confianza  entre la población que se la retiró en las pasadas elecciones de una manera brutal.
La responsabilidad de la izquierda en estos momentos es enorme. Su pérdida de identidad conduce a la desesperación de sus votantes, que son mayoría, a la abstención y a debilitar la democracia ante la ausencia de una alternativa. Necesitamos que alguien creíble coja la bandera de la rebeldía, lidere la frustración y la desesperación de tanta gente y la conduzca a la esperanza en el futuro con propuestas posibles de realizar. No hay más tiempo y tenemos en puertas las elecciones al Parlamento Europeo y debe ser la ocasión de plasmar esas propuestas alternativas. Es la hora de la socialdemocracia.



12 de marzo de 2014

Mezquita-Catedral



Mis primeras experiencias educativas las tuve en el colegio San Eulogio, frente a la puerta del Perdón de la Mezquita-Catedral, hoy es una tienda de souvenir. El patio de los Naranjos era mi lugar de recreo, allí jugaba, me comía el bocadillo y fui feliz.  Desde niño he asociado el edificio a la Iglesia católica, y siempre se ha llamado Mezquita-Catedral. Era el reconocimiento lógico de una realidad existente, aunque la declaración de Monumento Patrimonio de la Humanidad ese hace sólo para la Mezquita. En todos los indicadores turísticos figura ese nombre. En un acuerdo plenario de 1994 declaramos el nombre de los dos templos como su nominación
oficial, ante la amenaza de la Iglesia de suprimir el nombre de  Mezquita. Pero no hace mucho el Obispo y el Cabildo decidieron cumplir su amenaza y borraron su nombre, ya que no podían hacerla desaparecer físicamente, que es lo que al parecer,  les hubiera gustado. Además, favorecidos por una ley del Gobierno de Aznar, se han hecho con su propiedad.  Con esto han conseguido indignar a mucha gente, entre la que me encuentro. ¿Qué necesidad tenían de apropiarse el edificio de esta manera? Nadie ha puesto en duda nunca que el uso sea de la Iglesia católica. Han dispuesto la utilización del edificio cómo han querido, incluso llegaron a negar su uso para un concierto de Yehudin Menuhin, tal vez por ser judío, y nadie protestó ¿Qué más querían? ¿Por qué esa insaciable apetencia de dominio? ¿Por qué ese ansia de borrar la historia? Solo se entiende desde una visión integrista y sectaria, lejos del espíritu evangélico y ecuménico que deberían regir sus actuaciones. La ambición del Obispo y del Cabildo ha roto la paz y el consenso, ahora que no se hagan los mártires y los perseguidos ante las reacciones  que ha suscitado su actitud.


          Columna de opinión en la SER.

4 de marzo de 2014

La desnortada derecha andaluza

El PP de Andalucía, instalado permanentemente en la oposición, no encuentra el camino para armar un discurso que cale en la población, lleva décadas  con la descalificación y la crítica como única estrategia. Javier Arenas llevó esto hasta el extremo de llamar “régimen” al gobierno de los socialistas sin que le diera resultado. Si en las últimas elecciones estuvo muy cerca de conseguir gobernar fue más por demérito del PSOE, en sus horas más bajas, que por la eficacia de su estrategia.
En el escenario actual, Mariano Rajoy ha decidido que sea Juan Manuel Moreno el nuevo líder que guie en el futuro el destino del PP andaluz, después de fracasar con Juan Ignacio Zoido, candidato a la fuerza, que produjo un desgobierno en el partido y continuó con  la “táctica Arenas”, aunque con mucho menos mordiente.
En el reciente congreso que han celebrado en Sevilla para entronizar al candidato designado por Rajoy, ha quedado patente el dominio que Arenas tiene en el PP andaluz y el fracaso de los que intentan cambiar esa situación, por muy poderosos que sean.
El nuevo líder de la derecha andaluza, en sus primeras manifestaciones ha continuado lo mismo, aunque con un tono más alto, Las manifestaciones del Presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijoo, afirmando que la transición democrática no terminará hasta que el PP gobierne en Andalucía, indican la continuidad de un discurso que lleva 30 años fracasando. Ni una propuesta, ni una sola idea de cómo pretende gobernar Andalucía, ni una palabra de esperanza a los sectores sociales que sufren las dentelladas del paro y la indigencia, ni una palabra para despertar alguna ilusión en los sectores productivos que atraviesan momentos muy duros. Nada, solo descalificar a Susana Diaz.
Es lógico que en el interminable proceso de sucesión de Zoido, cuando se le señaló como posible elegido, él lo negara con toda la firmeza que pudo. Nada menos que intentar llevar al PP al poder donde han fracasado sus antecesores, especialmente Arenas y encima con su Presidente Rajoy machacando a la gente. Es humano entender que intentara escaquearse del regalito que intentaban endosarle, pero no le ha valido, tendrá que afrontar este reto que puede acabar con su carrera política. Otro candidato a palos.
Para mayor abundancia en su desgracia se encuentra con que tiene que competir con una figura emergente en el PSOE, que sí tiene un discurso que ilusiona, un proyecto para Andalucía que lidera con fuerza,  que día a día muestra sus ganas de luchar y, lo que más duele, ignora a su oponente, sea quien sea. Va a lo suyo.
Lo más importante en política es conseguir hegemonizar tus argumentos, porque impide que el adversario pueda introducir los suyos y le obliga a discutir tus propuestas y el PP no es capaz de introducir sus ideas sobre cómo gobernar Andalucía, con lo que se llega a conclusión de que, o bien carece de ellas o de una estrategia para convencer, lo que hace que se difumine en la táctica de la descalificación sin ofrecer una alternativa.  

Por lo visto hasta ahora no parece que vaya a cambiar y el padrinazgo de Arenas no hace aventurar que lo pueda hacer en el futuro, por lo tanto continuará su peregrinar por el desierto de la oposición, siempre y cuando el PSOE no se equivoque demasiado. 

18 de febrero de 2014

¿Por qué mienten tanto?

Entre las primeras actitudes que se aprenden en los partidos políticos está la de no perjudicar bajo ningún concepto su imagen pública. Cosa por otro lado común en cualquier institución, entidad o empresa cuya subsistencia dependa de la opinión que el ciudadano tenga de ella. Este principio lleva a la situación de negar hechos evidentes, a justificarlos con argumentos increíbles o a echarle la culpa al competidor. Jamás admitir que se ha hecho mal.

La historia nos demuestra que la derecha política es la que realiza esta práctica de forma más pertinaz y desvergonzada. Estamos cansados de ver cómo cierran filas en torno a hechos delictivos y arropar a personas que han delinquido con explicaciones rocambolescas, disparatadas, incluso cómicas. “El finiquito en diferido” de María Dolores de Cospedal es una pieza antológica de los disparates explicativos de lo inexplicable. Es una falta de respeto a la gente, como lo son los contenidos de su programa electoral hecho para engañar a los electores y conseguir sus votos. Lo más asombroso de todo esto es que saben positivamente que la ciudadanía es conocedora de sus mentiras, pero lo peligroso es que se admita como normal que ocurra esto. En la opinión pública ser político es sinónimo de ser mentiroso, creo que admitimos esto con bastante frivolidad sin pararnos a pensar un momento en la gravedad que contiene.


En otras democracias los partidos de la derecha tienen muy claro que el respeto al ciudadano no se puede transgredir y antes de mentirle se reconoce el error por parte de quien lo comete y se marcha de la institución y de la política. Estamos hartos de ver ejemplos que despiertan nuestra envidia.

Lo que ocurre es que esos partidos de derechas provienen de la democracia y tienen muy claro que el ciudadano no es un súbdito, sino una persona con la que existe una lealtad, fruto de un pacto mediante el cual reclaman el voto a cambio de cumplir una serie de preceptos entre los que están la sinceridad de cumplir un programa político. En España la derecha aún no se ha desprendido del pelo de la dictadura, por tanto su concepto de la política es diferente, actúan siguiendo sus intereses con un absoluto desprecio a los ciudadanos. Se sienten legitimados por haber sido elegidos en las urnas, por más que hayan mentido para conseguirlo. En la película El Hundimiento, de Oliver Hischbiegel (2004), en los últimos días del Tercer Reich un general de la Wehrmacht defiende la inutilidad de sacrificar al pueblo alemán ante la inminente derrota y Goebbels le responde: “El pueblo ha elegido este destino. No le hemos obligado a nada, ellos nos eligieron”. Un caso extremo de legitimidad democrática.

A las personas que componen el partido se les supone su militancia en función de creer y defender sus principios. Ya sabemos que no siempre es así, también existen los arribistas que lo utilizan como instrumento para conseguir el beneficio propio. El problema es que los dirigentes no actúan contra ellos, por el contrario los protegen y defienden, anteponiendo ese apoyo al interés general de la institución. Aplican la conciencia de tribu, cuando en realidad su postura hace un daño enorme a su partido y a la democracia. Cuando veo a los dirigentes del Partido Popular mentir de forma descarada incluso en sede parlamentaria, me siento insultado como persona. ¿Por qué lo hacen? Porque se trata del argumentario que lanzan a sus seguidores, repetido hasta la saciedad por la caverna mediática. La honestidad y la verdad quedan para otros.