26 de octubre de 2017

UN ATAQUE AL ESTADO DE DERECHO

Así es cómo definió la fiscal del caso Gürtell la actuación corrupta del Partido Popular por su financiación ilegal, como un ataque al Estado de derecho, nada más y nada menos. Con anterioridad, un juez definió estas actuaciones como “prácticas mafiosas”. En su informe final, la fiscal expone como hechos probados que Jesús Sepúlveda, su esposa Ana Mato y el Partido Popular, se beneficiaron del cobro de comisiones por adjudicación de obras que sirvieron para  pagar coches de lujo, viajes y fiestas del entonces matrimonio Sepúlveda-Mato y añade “abrumadoramente acreditada” la existencia de una caja B del PP para financiar campañas electorales. Y esto no ha hecho nada más que empezar, detrás viene el desenlace de las incontables corrupciones que ha practicado el partido que preside Mariano Rajoy, el paladín defensor de la legalidad.
Esta noticia, que hubiera ocupado las primeras páginas de los periódicos por su extrema gravedad, se ha visto relegada a páginas interiores y apenas comentada porque ahora lo que preocupa es el proceso independentista de Cataluña, con Puigdemont  a la cabeza, y su declaración unilateral de independencia, otra vulneración grave del Estado de derecho. La cruel paradoja es que un Partido sobre el que pesa estas graves acusaciones de incumplimiento de la legalidad, se arrogue el ser paladín de la defensa de la Ley. Lo nunca visto.
Tampoco es noticia ya los casos de corrupción del Palau, Banca Catalana, ITV, etc., de Convergencia y Unió, que cambió de nombre, ahora se llama Partido Demócrata de Cataluña, para disimular, cómo si no fuera con ellos. Ya no se habla de que su líder fundador Jordi Pujol, su familia y amigos se lucraran del 3% de las comisiones que cobraban por la adjudicación de obras, ni que evadieran capitales a Andorra, ni que el primogénito de la familia se encuentre en prisión por ser un corrupto. Nada de eso es importante.
Dos familias políticas corruptas enfrentadas por defender la legalidad.  ¿Ha pasado esto alguna vez en la Historia? Pero lo más sorprendente es que ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación le prestan atención. Todos nos angustian con lo que puede pasar en Cataluña. Y es grave lo que está pasando, sin duda. Pero esta situación inédita en nuestra democracia, nos hace pensar  que lo peor está por venir. Frente al desafío enloquecido de los independentistas y las respuestas duras del Gobierno de Rajoy, no dejan espacio alguno para propuestas que bajen la tensión. De nada sirvió la respuestas en el último escrito de Puigdemont a Rajoy indicando que no había declarado la independencia, como todos sabíamos, tampoco se ha tenido en cuenta las recomendaciones del PSOE al Gobierno de que, en caso de necesidad, se aplicara el artículo 155 con mesura. Da la impresión de que se quiere llegar al límite y no buscar un espacio de encuentro.
Por el camino que han escogido, este problema nos va a tener ocupados y preocupados mucho tiempo más, mientras tanto la maquinaria judicial continuará su camino, confirmando lo que ya sabemos, pero nadie le prestará atención. Al Partido Popular le ha venido de maravilla esta situación, se oculta el grave problema de corrupción que padece y de camino da satisfacción y alimento al nacionalismo español más rancio, es decir, a sus seguidores y mientras tanto nosotros continuaremos sufriendo el desasosiego y comentando si hay que dialogar o mandar a Cataluña la Legión y la acorazada Brunete. No es broma, yo lo he oído.


23 de octubre de 2017

EFECTOS SECUNDARIOS

 Vivimos tiempos de pesadilla mezcla de incertidumbre y temor al futuro. Una situación en la que la inmensa mayoría somos meros espectadores pero que pagaremos las consecuencias de lo que resulte. Son  tiempos que ya habíamos olvidado porque, los más parecidos, fueron hace más de cuarenta años, toda una generación. Pero entonces sí pudimos ser protagonistas. Luchábamos por conseguir un sistema de libertades que nos sacara de la asfixia del franquismo. Una hermosa lucha, y al final  todos ganamos porque pactamos cómo debíamos construir nuestro futuro para progresar en paz y libertad. Dentro de unos días se conmemoran los 40 años de los Pactos de la Moncloa. Todos los partidos políticos, incluidos Convergencia y Unió y el PNV, junto con  los sindicatos, acordaron la manera de sacar a España de la angustiosa situación económica en la que se encontraba. Los dirigentes políticos de entonces tenían un concepto de Estado que hoy se echa en falta. Nadie pensaba entonces que un pacto entre la derecha heredera del franquismo y la izquierda, restaría votos. Y aunque así fuera, se valoraba más el interés general que el del partido.  Hoy se gobierna en base a lo que digan los sondeos de opinión y el resultado de eso, en las circunstancias actuales, es que crezcan las posturas más radicales. Ante la ausencia de la política, cuyos objetivos son los acuerdos que matizan las posturas extremas, triunfan los argumentos primarios que nos dividen simplemente, en buenos y malos, o nosotros y ellos. Y esto se fabrica, como siempre, sobre muchas mentiras, que una vez situado en mi trinchera son alimento para el odio. Llegados a este punto, se manipula la historia, los símbolos y lo que haga falta. ¿Quiénes son fascistas, los independentistas o yo? Ninguno, pero poco importa. Estamos en la descalificación y el insulto, eso sí, de forma pacífica. Menos mal. El esfuerzo realizado por los que se vistieron de blanco y se manifestaron reclamando diálogo, ha fracasado. Se ha impuesto la irracionalidad. Ante esta situación no es de extrañar que se haya incrementado de forma importante la venta de ansiolíticos para poder dormir, pero ¿quién nos libra de las pesadillas?  

(Columna de opinión en la Cadena Ser)     

23 de septiembre de 2017

¿QUÉ ES DEMOCRACIA?

En el conflicto catalán que estamos padeciendo, nos bombardean  desde el independentismo y desde el Gobierno de España, con la palabra democracia y defienden las respectivas actuaciones en  su nombre. Los independentistas quieren votar para conseguir  formar un Estado. ¿Quién puede decir que ejercer ese derecho  no es democrático? El Gobierno defiende que la Constitución, que hemos votado todos los españoles y que define nuestro marco de convivencia, impide la realización del referéndum. También eso es defender el sistema democrático. Esto me recuerda el famoso cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”, pero en vez de utilizar garrotes se atizan con la democracia.
Las fuerzas políticas independentistas, que gozan de mayoría en el Parlament, aprueban unas leyes, burlando las más elementales reglas del juego parlamentario, para que los catalanes puedan ejercer la democracia directa, fuera del marco legal establecido. Y se hace en el sagrado nombre de la democracia.
El Gobierno lanza una ofensiva judicial que persigue hasta las intenciones, y vulnera el  derecho a la libertad de expresión. Y también se hace en defensa de la democracia.
Parece que actuar en nombre de la democracia legitima todo lo que se haga. También la dictadura franquista pretendió blanquearse ante el resto de las democracias europeas  y recurrió a la “democracia orgánica”. Y se votaba, eso sí, entre los candidatos que el régimen proponía, para elegir representantes sindicales, de la familia y  del municipio. Y también convocó un referéndum, ¿Y por eso podemos decir que el mayor asesino de nuestra historia era un demócrata?
Cuando luchábamos contra el franquismo, democracia significaba la libertad frente a un sistema opresor. Ser libres nos permitiría, además de relacionarnos sin censuras en la sociedad, en la cultura, en la educación; poder elegir entre distintas opciones políticas para que nos gobernaran. Nada más y nada menos. Naturalmente eso exige unas reglas de juego que satisfagan a todos y que no restringa el derecho a la libertad. Y entre todos redactamos esas reglas que  son las que están contenidas en  la Constitución. A unos les gustó más a otros  menos, nadie salió totalmente satisfecho de haber conseguido introducir en esas reglas todo lo que quería. Esa es su mejor virtud. El resultado del referéndum convocado para aprobarla obtuvo el respaldo del 87 % de los votantes. En Cataluña la respaldaron el 90%.
Para hablar de democracia, por tanto, hay que hablar de normas que la definan y, muy importante,  conseguir el mayor consenso posible en sus contenidos. Esto último exige que nadie pueda introducir su programa de máximos. ¿Y cómo se consigue esto? Con voluntad política, visión de Estado,  generosidad y mucha conversación.
Es verdad que nada es para siempre, casi cuarenta años después de su aprobación, la sociedad y las circunstancias ha cambiando sustancialmente. El título VIII de la Constitución, que supuso el reconocimiento de la diversa realidad territorial de España y que puso en marcha el Estado de la Autonomías, ha cumplido su misión. El desarrollo autonómico ha supuesto un avance importante en los sistemas de autogobierno que hacen necesario (y urgente) una revisión que sólo se puede hacer desde una reforma de la Constitución que los creó y que ya se tendría que haber hecho.
Es cierto que la derecha española es muy reacia a su modificación (por algo son conservadores) y que se opone a que se contemple esa posibilidad y sin el PP no se puede iniciar este proceso que será difícil, fundamentalmente porque las circunstancias actuales no son las de 1977, cuando se inició el proceso constituyente, dónde salíamos de una dictadura con mucho ruido de sables y que facilitó que las diversas fuerzas políticas llegaran a consensos que hoy se ven más lejanos de alcanzar, aunque no imposibles. Que no se haya podido todavía iniciar ese proceso porque el PP lo impide, no es razón para que los listos de turno rompan el balón porque no se juega como ellos quieren.
También es verdad que la derecha española le gusta imponer más que dialogar, vieja herencia del franquismo. Por esa razón es necesario y urgente que las fuerzas políticas de la izquierda asuman que por encima de su viejas discrepancias, está la necesidad de arrinconar a esta derecha paralizante y conseguir las alianzas necesarias para desplazarla del poder y conseguir que este país pueda avanzar en la solución de estos problemas. Ahora es el momento de que los líderes políticos  antepongan los intereses de Estado a los de partido.
A  muchos españoles nos gustaría independizarnos del PP y de Rajoy, pero mientras sean la fuerza política más votada, nos toca aguantar y ver como destrozan este país. Es lo que tiene ser demócratas y respetar las reglas del juego. Y si los partidos de la izquierda con capacidad para armar una alternativa, no se dan cuenta de que con  el PP en la oposición será más fácil que entre en razón,  nos queda Rajoy para rato, y por tanto no se podrán acometer las reformas que puedan solucionar este conflicto y prevenir los que vengan. No existen soluciones fuera del sistema democrático.


5 de junio de 2017

LA IZQUIERDA Y EL LAICISMO

Desde que el hombre evolucionó y se convirtió en un ser inteligente, le preocupó lo que le deparaba el futuro. Así surgieron brujos, chamanes, adivinos, augures  y sacerdotes que por distintos procedimientos decían adivinar lo que iba a ocurrir. Esa dedicación les dio un poder y un estatus social predominante.  Con el paso del tiempo y los fracasos en sus predicciones, ayudados de la soberbia humana, convinieron que lo mejor era inventar que después de la muerte había otra vida en la que, cumpliendo una serie de preceptos que imponían y controlaban ellos, se podía alcanzar la felicidad. Así surgieron los Valhalla, Paraísos, Cielos y demás lugares dónde se podía ser todo lo feliz que se podía soñar. Los sacerdotes se arrogaron la potestad de ser los interlocutores de los dioses, lo que les permitía seguir teniendo un enorme poder. La revolución que trajo consigo la figura de Jesucristo, alteró ese estatus, puesto que denunció y arremetió contra la casta de los sacerdotes, (sepulcros blanqueados) y la clase dominante (el ojo de la aguja y el camello), por el contrario se alineó con los más desfavorecidos de la sociedad. Naturalmente lo mataron. Sus seguidores “lo interpretaron” y crearon un entramado que con la inestimable ayuda  del emperador Constantino y de su sucesor Teodosio en el siglo IV, alcanzaron el poder. Para mantenerlo en el transcurso del tiempo no dudaron en provocar guerras, eso sí, santas, quemar vivos a los disidentes y provocar espantosas matanzas (La noche de San Bartolomé en París en el siglo XVI, la más sonada). El poder divino del que se habían arrogado les permitía dominar al poder civil y dado que el poder venía de Dios, coronaban a emperadores y reyes en su nombre. Un ejemplo  que tengo cercano: en el siglo XVI un obispo, Alonso Manrique, se empeñó en construir una catedral en medio de la Mezquita de Córdoba. El Cabildo se opuso y el Corregidor Luis de la Cerda dictó un bando condenando a muerte a quién trabajara en esa obra. El Obispo lo excomulgó y la obra se hizo, destruyeron 12 naves y 144 capiteles de un monumento único en el mundo, a mayor gloria de Dios.
La jerarquía eclesiástica siempre ha ambicionado controlar al poder civil, al que dominó durante siglos.  La llegada de la Ilustración primero y el marxismo  más tarde puso en cuestión esa situación y en muchos países de Europa perdieron su situación privilegiada. En el frontón de una iglesia de París, cerca de Le Gard du Nord, está escrito con letras de piedra Liberté Egalité Fraternité, el lema de la Revolución francesa, todo un símbolo de la jerarquía popular. En España no ocurrió eso, más bien todo lo contrario. En la dictadura de  Franco disfrutaron de un  poder impresionante, los obispos se sentaron en la Cortes y participaron en las decisiones tomadas por el poder civil. El certificado de bautismo era obligatorio para ocupar un puesto de trabajo en la administración.
La llegada de la democracia planteó un problema a las fuerzas políticas de la izquierda: su relación con el poder eclesiástico. El primer encontronazo fue en la redacción de la Constitución, Alianza Popular con Manuel Fraga a la cabeza, herederos del franquismo,  intentaron, y consiguieron, que apareciera la Iglesia Católica en su redacción con un reconocimiento especial. La izquierda defendía  la definición de un Estado laico que al final se quedó en aconfesional. Un triunfo para la Iglesia. 
En las elecciones municipales del 1979, el pacto PSOE-PCE consiguió gobernar en la mayoría de los Ayuntamientos y a los alcaldes se les planteó una dura papeleta: cuál debería ser su actitud en las numerosas manifestaciones religiosas, en las que hasta entonces tradicionalmente asistía el Alcalde, por invitación expresa del Obispo que era en la práctica, inexcusable. Era la ocasión para haber utilizado la puerta que abría la Constitución y haber planteado seriamente que el poder civil no estaba sujeto a la jerarquía eclesiástica, algunos lo hicieron. Pero esa actitud no fue ejercida por la mayoría, de hecho muchos aceptaron ir detrás de los pasos de Semana Santa, asistir a la misa del santo patrón y lo que hiciera falta, el fervor popular era la razón que se aducía. Entre tanto cuando el PSOE llega al Gobierno en 1982, existió la esperanza de que se denunciara el Concordato con la Santa Sede de 1953, y los acuerdos de 1979, que otorgan a la Iglesia Católica los privilegios de los que goza, pero no se hizo. El Gobierno de Aznar los reforzó otorgándoles el poder de registrar a su nombre bienes de dominio público, inmatricular le llaman.  Y en esas estamos, el poder eclesiástico ha salido fortalecido y ha conseguido que “los rojos” vayan detrás de sus santos, cristos y vírgenes, además vestidos de etiqueta.
El reciente otorgamiento del Ayuntamiento de Cádiz de la Medalla de Oro de la ciudad a una imagen de la Virgen ha suscitado una polémica porque  su alcalde de Izquierda Anticapitalista, encuadrada en Podemos, se suponía un radical de izquierdas anticlerical. La explicación que se ha dado de que era un acto prácticamente obligado por el fervor popular a la imagen, no tiene mucho sentido, porque de lo que de verdad se trata es, una vez más, de un triunfo del poder eclesiástico frente al poder civil y democrático. La explicación que ha dado su jefe de filas, Pablo Iglesias, justificando el acto como un ejercicio de laicidad, provoca estupor y sonrojo. Es un hecho injustificable, sobre todo, para esa nueva izquierda en la que habían depositado sus esperanzas muchos desencantados. Me viene a la memoria una discusión pública en 1980 en la que el Obispo de Córdoba criticó una decisión del Ayuntamiento. La respuesta del alcalde Julio Anguita dejó clara la cuestión, “Yo soy su Alcalde y usted no es mi Obispo”.
 Soy consciente de la dificultad que entraña ejercer en estos casos, la autoridad democrática en Andalucía, la tierra de María Santísima, pero unos representantes de la izquierda no  pueden otorgar distinciones civiles a una imagen religiosa, por mucho fervor popular del que goce. Eso indigna incluso cuando lo hacen los Ministros del PP, otorgando Medallas de Oro al Mérito Policial a imágenes de vírgenes y cofradías.
 Si la izquierda llega al poder habrá que presionar muy seriamente para que se denuncie el Concordato  y pasemos a ser un país normal como pasa en el resto de Europa.


3 de mayo de 2017

UN DESASTRE GRANDIOSO

La situación política que atravesamos es la peor y más desconcertante de toda la democracia. Nunca se había visto que el partido que sostiene al gobierno estuviera inmerso en una enorme maraña de corrupción que salpica al propio Presidente. La justicia lo ha calificado de banda criminal organizada. Han utilizado ingentes cantidades  de dinero público en beneficio propio con operaciones que solo hemos visto en las películas de gánsters y de la mafia. Las conversaciones mantenidas entre ellos que hemos conocido, propias de matones, alcanzan unos niveles de desvergüenza y cinismo nunca vistos. Han montado un entramado delictivo  que implica  a las instituciones y, lo más grave, levanta muy serias sospechas de actuaciones condenables en el ámbito del Poder Judicial, el último reducto que le queda a un sistema democrático. Asombra la impunidad y la prepotencia con que se ha delinquido. Esta situación requeriría, en beneficio de todos, una respuesta tajante y dura del PP, dónde quedara de forma incontestable su voluntad de regeneración, de colaboración con la justicia costara lo que costase, ceses y dimisiones incluidas. Por el contrario, su actuación ha sido el silencio, cuando no la justificación o un propósito de enmienda nada creíble y culpar a los demás de una supuesta caza de brujas. Han intentado boicotear la comisión creada en el Congreso con marrullerías e intentarán y seguro que conseguirán, que no les salpique más de lo conveniente. No es difícil.
Ante esta situación es normal que la población esté indignada y despotrique contra “toda” la clase política ante este bochornoso espectáculo. El papel de la oposición no deja de ser, cuando menos, decepcionante. En el partido de Albert Rivera, erigido en paladín de la honestidad y la transparencia, tartamudean en sus declaraciones de condena, aparecen acobardados, cuando tienen la ocasión de dar credibilidad a lo que siempre han pregonado y retirar su apoyo al Gobierno. Los partidos nacionalistas van a lo suyo y a sacar tajada, esto es un problema de España y más de uno, la antigua Convergencia por ejemplo, tiene mucho que callar. El PSOE decidió convertirse en un fantasma y pasar un largo periodo de hibernación, una gravísima decisión de un partido que es alternativa de gobierno y más en estos momentos cruciales que estamos atravesando. Enfangado en las luchas tribales como consecuencia del golpe dado por los Susana boys, derribando al Secretario General en aquel aciago Comité Federal del 1 de octubre, sólo le ocupa y preocupa  la lucha interna por conseguir el liderazgo del partido.
Podemos, ya se sabe que juega en otra liga,  consecuente con su origen, ha recogido el malestar de la calle y ha reaccionado lanzando un misil, una moción de censura que pretende echar a Rajoy. De siempre la izquierda radical ha tenido en los gestos su razón de ser porque nunca tuvo el respaldo mayoritario que se necesita para alcanzar el poder. Los gestos satisfacen y le justifican ante su gente. Son conscientes de que la moción de censura no tiene recorrido ni puede echar a Rajoy. Este no su objetivo, puesto que el año pasado podrían haber impedido que continuara en la Presidencia si hubieran apoyado a Pedro Sánchez, además lo han hecho sin tantear previamente a los demás partidos para ver los apoyos con los que podrían contar, lo que deja muy claro que su objetivo no es desalojar a Rajoy de la Moncloa. Pablo Iglesias llama a la movilización ciudadana y convoca una manifestación para el 20 de mayo, saben que eso tampoco va a conseguir echar al PP del Gobierno. Lo que realmente pretenden es enaltecer a los suyos y dejar en evidencia a las demás fuerzas políticas, especialmente al PSOE sumido en la inanidad política. En esto momentos de indignación ciudadana ante el gansterismo gobernante y vista la tibieza con que se comportan las fuerzas políticas, es natural que caiga bien entre la población la iniciativa de Podemos.
 ¿Es que el PSOE no se da cuenta de la gravedad de la situación? ¿Cómo se puede votar en contra de la comparecencia de Rajoy en la Comisión de Investigación? Seguro que habrá sido por “razones de Estado”. ¿Es que no son conscientes de que con estas actuaciones dejan sin referente político a millones de sus votantes? Asusta y preocupa la carencia de iniciativas políticas de los socialistas. Se podrá argüir que es debido a la provisionalidad de la situación que se atraviesa, con una Gestora que no toma decisiones políticas. Ya podrían haberlo tenido en cuenta cuando decidieron que esta provisionalidad durara ¡ocho meses!, que además transcurren en una vorágine política como no se recuerda desde hace muchas décadas.  En unas condiciones normales con un liderazgo claro, el PSOE hubiera llevado la iniciativa y no estaría contra las cuerdas de una forma tan poco digna. Ya han denunciado el oportunismo de Podemos al plantear la moción de censura, bien, pero ahora toca dar respuesta. Por lo escuchado va a ser rechazada, no sólo han permitido que el Presidente de un partido corrupto gobierne España, con su abstención en la sesión de investidura, sino que cuando conocemos que la corrupción llega al colmo del escándalo, se le confirma en el cargo.  Peor imposible.
El PSOE no puede culpar de su desastrosa situación a Podemos que lo que ha hecho es aprovecharse  para tener la iniciativa política y posicionarse como la única voz que se escucha en la izquierda, como hubiera hecho cualquiera. Les han acusado de interferir en las elecciones internas del Partido, ¿acaso no lo están haciendo los poderes económicos y mediáticos apoyando a la candidata que goza más de su confianza? Basta con ver la cobertura y el trato amable que le dan los medios de la derecha y algunos que se dicen de izquierdas. El partido socialista ha llegado a esta situación por méritos propios y las consecuencias las padecemos todos, Rajoy seguirá en el poder, seguiremos sufriendo sus políticas  antisociales y Podemos, un partido radical, amenaza con alcanzar la hegemonía en la izquierda. A final de mayo el PSOE tendrá un nuevo liderazgo pero por lo que estamos viendo, de un partido que se presenta roto en pedazos cara al próximo Congreso. ¡Qué desastre más grandioso! Como le decía Anthony Quinn a Alan Bates en  Zorba el griego.





28 de marzo de 2017

Ilustres costaleros

La lucha por la Secretaría General del PSOE está encendida en las redes sociales y en los medios. Los partidarios de Pedro Sánchez y Susana Díaz mantienen un duelo que muestra la profunda grieta que sufre el PSOE. Los aspirantes a ocupar el puesto copan los titulares como si ese combate personal fuese lo que más le interesa a los millones de votantes, los fieles y los perdidos. Sin embargo  lo que le interesa a los ciudadanos  es como se van a resolver los problemas que les angustian y que les niegan el futuro. El debate de fondo debería ser  qué tipo de soluciones se aportan desde la socialdemocracia, una ideología en crisis que necesita adaptar sus principios a los retos actuales. El nuevo rumbo que  se espera de esta izquierda moderada es que rompa con esa tendencia que le lleva a confundir muchas de sus políticas con la derecha.
La socialdemocracia en la segunda mitad del siglo pasado forjó el Estado de Bienestar y las conquistas laborales y sociales que hoy disfrutamos. Ensanchó el campo de las libertades y persiguió alcanzar una sociedad más igualitaria. Son logros indiscutibles que abrigaron las esperanzas de los más desfavorecidos de las sociedades europeas. En España estas políticas se hicieron realidad muchos años después, porque la dictadura franquista impidió que se hiciera al mismo tiempo que se desarrollaban en Europa. Con la llegada del PSOE al gobierno se modernizó el país, se implantaron las políticas sociales y se avanzó notablemente en el campo de las libertades individuales. Eso es innegable.
El problema está en que actualmente, cuando el poder económico impone sus intereses en una economía globalizada y entra a saco en las conquistas sociales alcanzadas en las últimas décadas, las clases más desfavorecidas no solo no encuentran en la socialdemocracia, que había traído el Estado del Bienestar, la respuesta que esperaban, sino que en algunos casos hasta se convierte en colaboradora de su retroceso. La sociedad resultante de este destrozo es muy distinta a la del siglo pasado, unas políticas fiscales que machacan a los más débiles y favorecen a los más poderosos, empleo precario, salarios de miseria, aumento desaforado del desempleo, frustración y desesperanza en una juventud preparada pero sin futuro obligada a emigrar, en definitiva, un espectacular retroceso en los derechos sociales y un grosero incremento de la desigualdad. Al militante socialista concienciado le subleva esta situación y espera de su partido una actitud más beligerante contra esta situación, y  que defienda posturas alternativas, que  se sea menos “comprensivo” con las medidas que adopta la derecha gobernante. Ese es el mayor problema de la socialdemocracia en estos momentos en los que el capitalismo, libre de marca, ha implantado sus políticas más salvajes, controla al poder político en casi todo el mundo y no está dispuesto a dar ni un paso atrás. Al socialismo sólo le quedan dos caminos, intentar pactar acuerdos tendentes a dulcificar las duras medidas de la derecha, una postura defensiva y  la preferida por los poderes económicos;  o enfrentarse a ellas, que es lo que le reclaman gran parte de sus bases. La peor acusación que se le hace en estos momentos es que su actitud se confunde con la derecha. Los resultados electorales muestran ese desencanto y el abandono consiguiente, porque la gente prefiere el original a la copia (afirmación de Èduard Martin eurodiputado socialista francés y líder sindical). La caída electoral del PSOE no se debe a la disconformidad con su liderazgo, sino a la desconfianza que ha sembrado entre sus seguidores.
Este es el verdadero dilema que deben dilucidar los militantes socialistas, qué proyecto y qué persona lo representa. Pedro Sánchez dice representar a la militancia que reclama la confrontación con la derecha. De hecho en sus actos no se ven demasiados cargos orgánicos ni institucionales y se intuye que sintoniza con el enfado de las bases contra su representantes. A él lo echaron de la Secretaría General de mala manera en una revuelta palaciega protagonizada por los barones porque se oponía a dejar que el PP continuara en el Gobierno, e intentaba armar una alternativa con las fuerzas políticas de la izquierda. Nada nuevo para el PSOE que gobierna con Podemos en varias Comunidades Autónomas y gobernó con Ezquerra Republicana en Cataluña. La respuesta de las bases de la militancia a su candidatura expresa el deseo de gran parte del Partido de sentirse representado por quien está dispuesto a luchar contra la hegemonía de la derecha que tanto daño está haciendo. El PSOE necesita una profunda revisión de sus políticas y de su estrategia. Los triunfos anteriores no sirven como referencia porque los momentos actuales son distintos y requieren nuevas soluciones. Para poder cambiar esta situación y vista la debilidad por la que atraviesan las fuerzas progresistas, se requiere establecer una política de alianzas en torno a unos objetivos comunes. No es creíble que el PSOE pueda llegar a gobernar de nuevo sin apoyos desde la izquierda.
La aparatosa puesta en escena de Susana Díaz en Madrid para anunciar su candidatura ha expresado su idea fuerza: recuperar el Partido ganador de elecciones. Para ello ha echado mano de los veteranos triunfadores y de los representantes institucionales que, como ilustres costaleros, la han consagrado como la esperanza blanca del socialismo español, “elegida por los dioses del socialismo que la cubren con su manto”, según expresa el Presidente de la Comunidad de Aragón, Francisco Javier Lambán Montañés. Pero ahora no es momento de reivindicar “el orgullo de haber gobernado”, ni de “recuperar el PSOE tradicional”, ni de exaltar la personalidad del líder,  ni es el momento de apoyarse en los sentimientos para llegar al corazón de la militancia, menos aún de los votantes. Estos tiempos actuales requieren  ofrecer propuestas a los problemas de ahora y en las condiciones actuales y, sobre todo, de una fortaleza del pensamiento político transformador capaz de convencer a la gente.
El tercer candidato en liza, Patxi López, quiere adoptar la postura de puente entre los vencedores y los vencidos en el Comité Federal que desbancó a Pedro Sánchez. Una noble empresa aunque condenada al fracaso. Cuando las posturas se radicalizan hasta el extremo en que se manifiestan públicamente, no existe puente que pueda unir el largo y profundo tajo que las separa y que tuvo su inició en aquel aciago 1 de octubre de 2016. Una lástima, porque España necesita más que nunca un PSOE actualizado y creíble como motor de un cambio profundo en el panorama político del país.





22 de febrero de 2017

PRIMARIAS


Hace años me dijo un alto dirigente del PSOE que eso de las primarias no era una buena idea. Una opinión compartida por muchos más que recelaban de la transformación que suponía pasar de un partido con una organización piramidal de corte leninista a otra más participativa, abierta a la militancia. El temor radicaba en lo imprevisible que podía resultar perder el  control que ejercían los “aparatos”. Desde que se implantó el sistema de primarias, efectivamente, la militancia ha dado algunas sorpresas como la elección, contra todo pronóstico de José Borrell y José Luis Rodríguez Zapatero frente a los candidatos “oficiales” Joaquín Almunia y José Bono.  Es lo que puede pasar cuando a las bases se les da la oportunidad de decidir.
Ahora la situación es mucho peor. La cúpula ha echado a un Secretario General elegido en primarias por las bases, el mayor descrédito a un proceso del que se hizo bandera. Por lo que sabemos el Secretario General no había perdido la razón, y por lo que hemos visto después, su posición de no hacer a Rajoy Presidente, contaba con más apoyos de los que los organizadores del golpe creían. Esa situación ha propiciado un enfrentamiento muy duro en el seno del partido, con unas consecuencias imprevisibles.
Es de valorar la postura valiente de Patxi López en un intento de abrir una vía de entendimiento y además,  ha hecho público su pensamiento político y su visión de lo que tiene que hacer la izquierda en estos momentos. Pedro Sánchez ha seguido ese camino y ha explicado su postura y hacia dónde debe caminar el PSOE.  Entre tanta descalificación y los exabruptos del Secretario de Organización del PSOE-A, Juan Cornejo, viene muy bien que alguien hable de ideas con sosiego y con ánimo de construir. Pero las condiciones actuales no propician el entendimiento. La ruptura producida el pasado 1 de octubre fue muy profunda y en un partido sin un liderazgo con autoridad para poner sensatez y orden, es muy difícil que se pueda resolver esta situación.
Conviene recordar que el problema de fondo no es nuevo, siempre ha existido en el seno del PSOE. Una posición tradicional, hasta ahora más minoritaria,  que defiende posturas políticas de izquierdas, y otra que defiende un acercamiento al electorado de centro para poder alcanzar mayorías que le permitan gobernar.  En los tiempos de bonanza económica se asumía más fácilmente esta posición, a fin de cuentas había para todos. Pero las medidas adoptadas en los últimos años del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para hacer frente a la brutal crisis en que nos vimos sumergidos, podían haber sido tomadas perfectamente por la derecha. Quizás es que no se podía hacer otra cosa. Pero la percepción de la población, duramente castigada, fue que se habían traicionado los principios de defensa de los más desfavorecidos. El empobrecimiento de las clases medias y el recorte de las políticas sociales dio como resultado el nacimiento de PODEMOS, por la izquierda y el fortalecimiento de CIUDADANOS por el centro-derecha, ambos a costa del descrédito sufrido por el PSOE. A esto hay que añadir la abstención de muchos votantes tradicionales desencantados. Los socialistas se encontraron en un callejón sin salida. Las posturas más izquierdistas encontraron un balón de oxígeno para poder crecer en el seno del partido. Pedro Sánchez intentó en un principio continuar con la posición tradicional y pactó una alianza con CIUDADANOS. Tras su fracaso,  y percibir lo que gran parte de los militantes sentían, cambió su posición, lo que le enfrentó a la mayoría de la dirección que terminó por obligarle a dimitir. No es de extrañar, por tanto, que Pedro Sánchez mantenga ahora una posición más de izquierda, está en sintonía con la que mantuvo cuando se vio obligado a abandonar la Secretaría General y en consonancia con lo que le piden gran parte de los militantes. Este es un giro que se está produciendo también en otros países de la Unión Europea, es decir, la exigencia de los votantes de izquierda de que se vuelva a los principios que se abandonaron, para así poder hacer frente a las políticas depredadoras de la derecha.
Este recordatorio, obligadamente escueto,  era necesario para explicar la situación que atraviesa el PSOE, dónde rivalizan tres opciones políticas para impulsar la recuperación. Una posición más de izquierdas que mantiene Pedro Sánchez, por la que ha sido duramente criticado; otra postura más convencional de pactos con el centro-derecha que, al parecer defiende Susana Díaz (aún no conocemos su programa) y una tercera vía que intenta mediar y que defiende Patxi López.
A todo esto, la Gestora del partido no puede por menos que ver con inquietud la candidatura de Pedro Sánchez, su vuelta sería una derrota en toda línea de los que maniobraron para echarlo y el triunfo de la militancia que lo eligió. Esta situación exige una extremada pulcritud sobre su neutralidad en el proceso que empieza ahora. Una actitud sospechosa de favorecer a algún candidato- candidata sería catastrófica para el futuro del PSOE.


23 de enero de 2017

La Mezquita de Córdoba es bizantina




Me he quedado atónito al leer las declaraciones del Obispo de Córdoba afirmando que la Mezquita no es la mayor expresión del arte musulmán califal, ni siquiera es arte califal, sino que es arte cristiano bizantino. En mi vida pensé que podía llegar a oír tamaño despropósito. Por supuesto  no voy a rebatirlo, sería absurdo. Tampoco pretendo sacarlo de su error, sería perder el tiempo. Esa afirmación en una de las máximas autoridades de la Iglesia Católica solo pueden deberse a la ignorancia o una malintencionada tergiversación de la historia. Supongo que para ser nombrado Obispo se requiere ser inteligente, tener conocimientos y, por supuesto, hacer méritos. Por tanto, descartada la ignorancia solo queda una intención torticera de apropiarse de lo que no le corresponde. Esto solo se puede producir desde posturas radicales que alteran la verdad y la historia para conseguir sus fines.
En la misma entrevista afirma "El cristianismno nunca ha destruido nada de lo que se ha encontrado. Es importante eso." Basta con visitar la Mezquita para constatar que se destruyó gran parte de ella para edificar una Catedral. Los historiadores nos dicen que las mezquitas de Córdoba fueron destruidas para construir iglesias en su lugar. 
Para mayor abundancia en el despropósito, añade que en la construcción de la Mezquita los “moros” solo pusieron el dinero. La palabra “moro” hacía muchísimo tiempo que no la oía. Se usaba con carácter despectivo para denominar a los magrebíes, con un tinte claramente discriminatorio y racista. En boca de un representante de la Iglesia suena muy extraña y delata claramente su pensamiento, que no es precisamente ecuménico y lleno de amor al prójimo, como debería ser, sino descalificador y racista.
Y no es menos sorprendente que estas declaraciones se hagan precisamente, en una revista cultural editada por el Ayuntamiento. Sobran los comentarios.

Columna de opinión para la SER.