17 de noviembre de 2020

LA IDEOLOGÍA COMO ACUSACIÓN

 

La derecha de este país siempre ha tenido a gala carecer de ideología, es un tic heredado del franquismo donde tener ideología era ser un rojo fusilable. Cuentan una vieja anécdota de Franco, muy difundida y no sé si  cierta, en la que le dice a uno de sus ministros, “Usted hago como yo, no se meta en política”, meterse en política significaba salirse de las directrices marcadas por el régimen. Él no hacía política, fusilaba sin más.

No se puede hacer política sin tener unos objetivos que la definan, fruto de un pensamiento, una filosofía,  una forma de ver la vida,  un concepto del tipo de sociedad a la que se aspira. Es decir, no se puede hacer política sin tener una ideología. Esto, que es lo básico que se  aprende en cualquier centro de enseñanza, el líder del PP, Pablo Casado, no lo conoce, tal vez porque estudió muy deprisa o el día que lo explicaron no estuvo en clase.

Ahora no se puede acusar a alguien de hacer política, como en la dictadura, imposible hacerlo en un sistema  de libertades. Pero la derecha continuista del franquismo, el PP y VOX, la han sustituido por la ideología y la utilizan como insulto para descalificar a la izquierda. Cualquier acción del Gobierno, es descalificada  por los  líderes de las derechas por  ser ideológica. Naturalmente lo dicen porque ellos no tienen ideología, eso solo es aplicable a los socialistas, comunistas, separatista y terroristas, ¡ah! y  bolivarianos. Por eso hay que denunciarlos ante la opinión pública (ya no se puede enviar a la Guardia Civil a detenerlos). Últimamente acusan de ser ideológicos  la Ley de Educación, y los Presupuestos Generales del Estado,  presentados y aprobados inicialmente en el Congreso. Naturalmente, ¿Cómo pueden no serlo?

Estábamos hartos de escuchar a Esperanza Aguirre, significada líder del PP, decir que ella es liberal, que los valores del liberalismo son en los que ella cree y ha puesto en práctica mientras ha gobernado (bien que lo saben los madrileños). Se supone que también son los valores del PP, al menos uno de ellos. Y lo han continuado aplicando sus sucesores, algunos de forma muy peculiar, incluida la reclusión en prisión por apropiarse de dinero público, total ellos están en contra de todo lo público. (Lo que ocurre  ahora en la Comunidad de Madrid es un fenómeno aparte e inclasificable). Que se sepa, el liberalismo es una ideología que nace a finales del siglo XVIII creada por el filósofo y economista escocés Adam Smith, que ha sido aplicada por gobernantes de muchos países y que actualmente hegemoniza el pensamiento de la derecha y el sistema económico mundial.

Esto, que es conocido por cualquiera porque es un dato de cultura general, lo expongo  por si le sirve al líder del PP, que tampoco estuvo en clase el día que lo explicaron. Por tanto el PP también tiene ideología y todo lo que propone hacer también es ideológico. Eso en principio no es malo, lo que es pernicioso para la sociedad es la aplicación que hacen de su ideología cuando gobiernan, puesto que sus políticas  son ahondar en una sociedad desequilibrada, con profundas desigualdades, en perjuicio de los sectores sociales más  necesitados para beneficiar a los más poderosos. Incluye también impulsar el sector privado en detrimento del público y fomentar el individualismo competitivo frente a la solidaridad.  Esos son los principios básicos del liberalismo económico, pero eso sí lo sabe el señor Casado porque es lo que hace su partido cuando gobierna, lo que tal vez desconozca es que eso es ideología.

Lo que pretende descalificar son los principios ideológicos  que no son los suyos, eso se entiende también, pero no se puede acusar a nadie de tenerlos. Hacerlo significa que aún siguen vivos en él los conceptos del franquismo. Por tanto la dura intervención que tuvo contra VOX en el debate de la moción de censura solo se puede interpretar como “cosas de familia” y nos equivocamos cuando dimos por hecho que podía significar un cambio de postura en su actitud política. Los calificativos que ambos continúan utilizando  para las propuestas que hace el Gobierno son similares, porque parten de la misma fuente del pensamiento.

Los defensores de una ideología de izquierdas, que defiende los principios para conseguir un mundo más igual, no se les ocurre utilizar el término ideología como descalificación de la derecha, lo que hace es demostrar que sus contenidos  van en contra de conseguir el modelo social dónde impere la justicia, la igualdad y el respeto al medio ambiente. ¿Por qué no hace eso la derecha? Posiblemente porque lo que pretende es lanzar eslóganes a sus partidarios que sean fáciles de digerir y de utilizar, por absurdos que parezcan. Hemos visto recientemente a sus seguidores bramar pidiendo ¡libertad! contra las medidas tomadas para frenar la pandemia, algunos bajándose de su coche de alta gama. Absurdo. Cómo decía Machado, “Ese trueno vestido de nazareno”, pero ha calado, igual que han hecho las mentiras que propagan.

Al final lo que queda es que la izquierda tiene ideología, y eso es muy malo, mientras que la derecha no tiene ese estigma, están inmaculados…bueno si no hablamos de sus corruptelas, de sus dirigentes que están en la cárcel, de su condena como partido político y lo que queda aún por investigar. Pero esa es otra historia.

 

10 de noviembre de 2020

TRUMPISMO CELTIBÉRICO

 

 Trump no ha aceptado su derrota en las elecciones norteamericanas,  las ha calificado de fraudulentas, lo que ya había advertido antes de que se celebraran porque las encuestas no le favorecían. Lo más sorprendente ha sido que pidió que se parara el recuento  cuando llevaba ventaja y aún quedaban por contabilizar millones de votos. O ganaba él o habían hecho trampa. Su actitud lo que pone en cuestión es el sistema democrático por el se rige su país. Una muestra más de su carácter dictatorial, propio de la plutocracia en la que se había instalado.

Sorprende este extraño concepto de lo que es la democracia en boca del Presidente del sistema democrático más antiguo que existe. La conclusión que se deduce es que Trump no entiende la democracia o no la quiere entender si no le favorece. Solo quiere que el pueblo lo ame y lo aclame, no admite otro resultado que no sea ese. Él no es un perdedor. Por suerte para el sistema la mayoría de la ciudadanía ha votado en contra de tener al mando a un personaje  ególatra que solo busca su beneficio personal. Pero sería un grave error echar en saco roto los 70 millones de electores que  lo han votado, sabiendo esta vez cómo es y cómo actúa, lo que significa que han preferido sus mentiras, su nepotismo, sus maneras dictatoriales y sus bufonadas. Se han decantado por la confrontación frente al diálogo, el individualismo frente a la solidaridad y  han hecho suyas las mentiras de las noticias falsas que han abonado el discurso hegemónico en ese mundo,  en definitiva, los valores de una dictadura a los de una democracia. El tándem Joe Biden- Kamala Harris tiene por delante la dura tarea de soldar la brecha abierta por un descerebrado ególatra que ha administrado el país más poderoso del planeta como si fuera un negocio suyo.

Sin irnos tan lejos, aquí en nuestro castigado país ya hemos oído también argumentos parecidos. Conviene recordar que las derechas, la franquista y la otra, han descalificado al actual Gobierno por ser “ilegítimo”, como si eso fuera posible en una democracia y cuando con esa afirmación también están deslegitimando  nuestra Constitución. Pero para ellos y su  caverna mediática poco importa. Si no mandan ellos no es legítimo. Han abundado en eso y  han añadido mucho más: es un gobierno dictatorial, social-comunista y hasta asesino (Trump acusó a Biden de socialista y comunista, pero no llegó a tanto).  El objetivo es el mismo, conseguir que esos argumentos, difundidos hasta la saciedad  a través de sus canales informativos,  se los crean sus partidarios y los hagan suyos. Basta con oír  sus comentarios en la calle, yo lo he hecho y me he preocupado mucho por las afirmaciones que hacen sobre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, al que siempre denominan despreciativamente “El coletas”. Es de un odio profundo que no admite réplica ni razonamientos en contra. Eso es así y punto. Es lo que hemos visto también en las elecciones norteamericanas por parte de los trumpistas.

Estas actitudes abren trincheras difíciles de cerrar, sobre todo cuando los razonamientos los han transformado en  odio. No soportan estar fuera del poder. Basta con ver los miércoles las preguntas al Gobierno que hacen desde la derecha (las dos), que se convierten en una retahíla de insultos, descalificaciones, injurias e improperios, cuyo fin parece cumplir el objetivo de que en esa comparecencia no se pueda hablar o intentar solucionar los problemas de la gente. Pero eso poco importa: hay que aprovechar la situación para dar carnaza a los incondicionales y cavar más honda la trinchera.

El Gobierno mantiene una postura inteligente, no caer en la trampa de enfangar la política y al mismo tiempo procurar gobernar para que salga adelante su programa con medidas sociales de hondo calado,  buscando los apoyos necesarios entre “los etarras, separatistas y comunistas bolivarianos”. Hay que acostumbrarse a que ladren mientras se cabalga hacia el rescate de los más desfavorecidos de nuestra sociedad y hacia la consolidación de nuestra democracia.

Esta derrota del trumpismo, que aquí la conseguimos hace un año, nos enseña a tener confianza en la sensatez de la gente que en su mayoría apoya el sentido común, preocupada por sus proyectos vitales y su bienestar. Se trata de vencer democráticamente y no de  odiar a nadie que discrepe. Hemos de alegrarnos de que esas actitudes que  degradan a la especie humana hayan sido derrotadas por las que defienden el entendimiento y la voluntad de cerrar esos fosos que han construido los que promueven   la intransigencia y   un mundo dónde sólo caben ellos.