TRUMPISMO CELTIBÉRICO

 

 Trump no ha aceptado su derrota en las elecciones norteamericanas,  las ha calificado de fraudulentas, lo que ya había advertido antes de que se celebraran porque las encuestas no le favorecían. Lo más sorprendente ha sido que pidió que se parara el recuento  cuando llevaba ventaja y aún quedaban por contabilizar millones de votos. O ganaba él o habían hecho trampa. Su actitud lo que pone en cuestión es el sistema democrático por el se rige su país. Una muestra más de su carácter dictatorial, propio de la plutocracia en la que se había instalado.

Sorprende este extraño concepto de lo que es la democracia en boca del Presidente del sistema democrático más antiguo que existe. La conclusión que se deduce es que Trump no entiende la democracia o no la quiere entender si no le favorece. Solo quiere que el pueblo lo ame y lo aclame, no admite otro resultado que no sea ese. Él no es un perdedor. Por suerte para el sistema la mayoría de la ciudadanía ha votado en contra de tener al mando a un personaje  ególatra que solo busca su beneficio personal. Pero sería un grave error echar en saco roto los 70 millones de electores que  lo han votado, sabiendo esta vez cómo es y cómo actúa, lo que significa que han preferido sus mentiras, su nepotismo, sus maneras dictatoriales y sus bufonadas. Se han decantado por la confrontación frente al diálogo, el individualismo frente a la solidaridad y  han hecho suyas las mentiras de las noticias falsas que han abonado el discurso hegemónico en ese mundo,  en definitiva, los valores de una dictadura a los de una democracia. El tándem Joe Biden- Kamala Harris tiene por delante la dura tarea de soldar la brecha abierta por un descerebrado ególatra que ha administrado el país más poderoso del planeta como si fuera un negocio suyo.

Sin irnos tan lejos, aquí en nuestro castigado país ya hemos oído también argumentos parecidos. Conviene recordar que las derechas, la franquista y la otra, han descalificado al actual Gobierno por ser “ilegítimo”, como si eso fuera posible en una democracia y cuando con esa afirmación también están deslegitimando  nuestra Constitución. Pero para ellos y su  caverna mediática poco importa. Si no mandan ellos no es legítimo. Han abundado en eso y  han añadido mucho más: es un gobierno dictatorial, social-comunista y hasta asesino (Trump acusó a Biden de socialista y comunista, pero no llegó a tanto).  El objetivo es el mismo, conseguir que esos argumentos, difundidos hasta la saciedad  a través de sus canales informativos,  se los crean sus partidarios y los hagan suyos. Basta con oír  sus comentarios en la calle, yo lo he hecho y me he preocupado mucho por las afirmaciones que hacen sobre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, al que siempre denominan despreciativamente “El coletas”. Es de un odio profundo que no admite réplica ni razonamientos en contra. Eso es así y punto. Es lo que hemos visto también en las elecciones norteamericanas por parte de los trumpistas.

Estas actitudes abren trincheras difíciles de cerrar, sobre todo cuando los razonamientos los han transformado en  odio. No soportan estar fuera del poder. Basta con ver los miércoles las preguntas al Gobierno que hacen desde la derecha (las dos), que se convierten en una retahíla de insultos, descalificaciones, injurias e improperios, cuyo fin parece cumplir el objetivo de que en esa comparecencia no se pueda hablar o intentar solucionar los problemas de la gente. Pero eso poco importa: hay que aprovechar la situación para dar carnaza a los incondicionales y cavar más honda la trinchera.

El Gobierno mantiene una postura inteligente, no caer en la trampa de enfangar la política y al mismo tiempo procurar gobernar para que salga adelante su programa con medidas sociales de hondo calado,  buscando los apoyos necesarios entre “los etarras, separatistas y comunistas bolivarianos”. Hay que acostumbrarse a que ladren mientras se cabalga hacia el rescate de los más desfavorecidos de nuestra sociedad y hacia la consolidación de nuestra democracia.

Esta derrota del trumpismo, que aquí la conseguimos hace un año, nos enseña a tener confianza en la sensatez de la gente que en su mayoría apoya el sentido común, preocupada por sus proyectos vitales y su bienestar. Se trata de vencer democráticamente y no de  odiar a nadie que discrepe. Hemos de alegrarnos de que esas actitudes que  degradan a la especie humana hayan sido derrotadas por las que defienden el entendimiento y la voluntad de cerrar esos fosos que han construido los que promueven   la intransigencia y   un mundo dónde sólo caben ellos.

 

  

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