La sorpresa de Andalucía

El resultado electoral del 25-M ha sido una sorpresa para todos, empezando por las empresas de demoscopia y terminando por los propios partidos políticos. Un fracaso inesperado del PP que se queda a cinco escaños de la mayoría absoluta, pierde doscientos mil votos con respecto a 2008 y cuatrocientos mil con respecto a las generales del 20-N y sólo le saca algo más de un punto al PSOE.

No encontrará Javier Arenas mejor ocasión que esta para poder alcanzar la presidencia de la Junta de Andalucía. Tenía a su favor la ola azul que había barrido España en las elecciones de mayo y noviembre; el agotamiento del PSOE, tras treinta años de gobierno, desmoralizado por la derrota de las generales, acosado por los casos de los ERE, con un nuevo candidato, Pepe Griñán, menos conocido y todavía sin consolidar –sus tres anteriores derrotas se produjeron frente a Manuel Chaves–; con las encuestas a favor, algunas le daban una mayoría absoluta holgada –59 escaños le llegó a dar la de El País–; con la ayuda del Gobierno, que llegó a ocultar el presupuesto, y la presencia permanente de ministros; una crisis que castiga duramente a Andalucía con un paro asfixiante, condiciones para castigar al Gobierno de turno. Ésta era la mejor ocasión de su vida para conseguir ser presidente de la Junta de Andalucía y tampoco lo consiguió. Y era su cuarto intento. En el mitin de Sevilla Rajoy dijo de Arenas que “pasaría a la historia”, tenía razón, es histórico perder cuatro elecciones.

El hecho de que el PP no alcanzara la mayoría absoluta, pese a ser la fuerza más votada, tiene que ver con algunos errores cometidos. El más importante ha sido creerse las encuestas y dar por hecho que se iba a ganar. Arenas, ante las preguntas que hacían los periodistas sobre medidas económicas que tomaría, respondía que no podía precisarlo porque “no sé qué me voy a encontrar”; incluso se hablaba de nombres que ocuparían las consejerías. Tampoco acertó al no acudir al debate de Canal Sur con el resto de candidatos, poniendo bajo sospecha a todos los periodistas de la cadena. Debería saber que su imagen en Andalucía es de señorito y que sus repetidas actitudes de prepotencia molestan a la gente, a última hora hablaba de “tener humildad”, pero sin convicción alguna, porque la humildad es una actitud que tienen que valorar los demás.

Sin duda alguna las medidas tomadas por el Gobierno de Rajoy, especialmente la reforma laboral, han hecho mella en el electorado andaluz y se ha demostrado que Pepe Griñán acertó cuando separó unos meses las elecciones andaluzas de las generales. El PP ha pasado gran parte del tiempo a la defensiva, explicando las “bondades” de la reforma, jurando mantener el estado del bienestar, negando el copago en sanidad y la subida de impuestos.

En las filas del PSOE cundía el desánimo y el pesimismo ante el tsunami azul que auguraban las encuestas. A su rescate han acudido los sindicatos, que con su campaña de preparación para la huelga del día 29 han explicado concienzudamente los contenidos de la brutal reforma laboral aprobada por el Gobierno y las masivas manifestaciones que han convocado han calentado el ambiente y movilizado más que los mítines políticos.

El ascenso de IU ha sido muy importante, dobla el número de parlamentarios aunque sólo recoge cien mil votos de los seiscientos mil que pierde el PSOE, pero más que suficientes para conformar un gobierno de izquierdas. Ahora toca cumplir el mandato de los electores. Es la hora de la política. El PSOE tiene que hacer una profunda reflexión que le lleve a cambiar su imagen y girar sus políticas hacia la izquierda. A IU le ha llegado el momento de asumir la responsabilidad de gobernar, una tarea nada fácil para un fuerza política asentada históricamente en la oposición con propuestas idealistas que chocan con la realidad, especialmente en estos momentos difíciles y con un escaso margen de maniobra en el contexto global de ajustes que está imponiendo el Gobierno de Rajoy. La responsabilidad que asumen las dos fuerzas políticas no se circunscribe solamente a Andalucía, sino que supone la esperanza de que otra forma de administrar la crisis es posible y en esto no se puede fracasar.

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