TIEMPOS DE INSULTOS

El debate político es lo que ocurre en la Cortes y en los medios de comunicación entre las distintas fuerzas políticas sobre las propuestas que se formulan para mejorar la vida de la ciudadanía. Bueno, eso es lo que debería ser pero no es lo que en realidad se produce. La derecha, toda, ha encanallado el debate, siempre ocurre cuando no está en el poder, que al parecer les pertenece por cuna. Su tarea de oposición se reduce a la idea de desgastar al Gobierno con descalificaciones, más personales que políticas. Lo decente sería que frente a un proyecto o una propuesta que se presentara, ellos formularan una alternativa, pero no, solo se limitan a agredir con abucheos, pataleos y gritos. Esta vez sus representantes han ido más lejos, obligados por la nueva circunstancia de tener que rivalizar en el mismo espectro político. Eso de la democracia da la impresión que les pilla muy lejos, prueba de ello es la utilización de las adscripciones políticas de sus rivales como insultos, comunistas, socialistas, bolivarianos y recientemente una nueva y extraña denominación, faciocomunistas. Son términos que emplean para significar que los auténticos demócratas son ellos y solamente ellos. Pero la verdad es que un demócrata jamás los utilizaría, ya que en democracia todos merecen un respeto al ser representantes del pueblo en el que está depositado el poder. Esa utilización descalificatoria ya se hizo durante la dictadura, pero parece que los que se empeñan en convertirse en sus herederos, aún no han tomado conciencia de que en un sistema de libertades todos tienen los mismos derechos, eso es al menos, lo que está en nuestra Constitución que tanto dicen defender ahora. Están haciendo bueno el refrán “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

 Pero tal vez lo peor no sea eso, sino el lenguaje que utilizan. Al parecer hay una disputa entre los representantes de los tres partidos por ver quién dice la barbaridad más gorda. Y dentro de cada partido también existe esa rivalidad, se supone que es para hacer méritos y que le aplaudan sus colegas. Los ingenuos que aún nos creemos que los debates políticos deben servir para que conozcamos las distintas propuestas  y que nos convenzan con sus argumentos, contemplamos con asombro e indignación este absurdo camino que solo conduce a la crispación y a la imposibilidad de establecer un diálogo para encontrar caminos a la solución de los problemas que nos aquejan, que debe ser en definitiva el fin último de su trabajo. El debate sobre proyectos políticos los enriquece y cuanto más consenso se consiga mayor será la eficacia de su aplicación. Claro que esto solo se puede conseguir en un sistema democrático en que todos crean y por tanto sean conscientes de que, sin renunciar a las ideas que cada uno tenga, se pueda llegar a un entendimiento. Esa es la base de todo sistema de libertades. Es de suponer que esto lo saben, lo que hay que poner en duda es que lo acepten porque los hechos demuestran todo lo contrario. Espanta oír las manifestaciones de Pablo Casado y de su portavoz Cayetana Álvarez de Toledo, rivalizando por quién dice el insulto, la descalificación o la acusación más disparatada contra el Gobierno, al que han llegado a calificar de ilegítimo, como si eso fuera posible en una democracia. Todo sea por ver quién cava la trinchera más honda. Los de Santiago Abascal intentan ir más allá con brutales acusaciones al Gobierno, algunas tipificadas en el Código Penal, como llamarle pederastas. Inés Arrimadas se esfuerza también pero por muy gordo que sea lo que dice no tiene el eco que persigue porque tiene que competir con grandes profesionales de las burradas. De los palmeros de la caverna mediática, ni hablamos.

 Me pregunto si esta forma de “hacer política” es del agrado de los ciudadanos-electores. La respuesta me viene dada por un dato escalofriante, los programas de televisión que tienen más audiencia son los de la telebasura,  basta con ver alguno de los más populares para darse cuenta de que la bronca entre los participantes es la base de su éxito. Incluso algún programa de debate político entre tertulianos ha copiado su formato. El grito, el insulto, la descalificación, no dejar hablar al oponente, es la forma que se ha hecho popular. Y efectivamente, la derecha utiliza ese sistema porque encuentra acomodo en un público al que previamente se le ha fomentado sus más bajos instintos con los argumentos más simples y se le ha acostumbrado a ese tipo de lenguaje. Es mucho más fácil  insultar que argumentar y se entiende más rápido. Esa estrategia unida al fomento de los sentimientos más primarios frente a la razón, pueden explicar, en parte, la etapa de crispación por la que atravesamos y que nos ofrece ese espectáculo bochornoso en las Cortes, donde se persigue hacer el mayor daño posible, que es lo más alejado de lo que nos interesa a los ciudadanos. Al final muchos pueden pensar que la imposibilidad de llegar a acuerdos para conseguir que la sociedad avance es porque el sistema falla y no da más se sí. Eso es lo más peligroso que nos puede ocurrir, porque la consecuencia es que le den una oportunidad a los salvapatrias y ahí perdemos todos. Todos los demócratas, claro.

Los miembros del Gobierno y los partidos que lo forman no deben caer en la trampa de responder de la misma manera, siempre llevaran la de perder. No porque no sepan insultar, eso todo el mundo sabe hacerlo, sino porque dejarle a ellos el patrimonio exclusivo de la bronca, al final favorece a quién se toma la política en serio. Sé que hay que aguantar mucho pero es necesario  hacerlo, eso entra en el sueldo.


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