El obispo en la Mezquita


Comenzaré diciendo que no voy a entrar en calificar la petición de Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, de que se le cambie el nombre a la Mezquita-Catedral por el de Catedral a secas, creo que cosas como estas se califican solas, además ya ha recibido contundentes respuestas desde el ámbito social, cultural y político, salvo del PP, como era de esperar. Lo que realmente interesa saber, al menos a mí, es por qué lo ha dicho ahora que Córdoba ha pasado el corte de las ciudades que aspiran a ser Capital Europea de la Cultura en 2016.
Una afirmación de este tipo no obedece a una sola razón, y menos aún que sea la de hacerse famoso, como ha querido justificar. Para hacer una afirmación de este tipo tiene que producirse una mezcla de circunstancias; la primera es la ignorancia, porque no se trata solamente de conocer los hechos históricos, como ha pretendido demostrar, sino de saber interpretarlos y eso es lo primero que debe hacer alguien que asume una responsabilidad en un territorio que no conoce. Tampoco hubiera sobrado haberse leído a Arnold J. Toynbee o algún libro de Historia del Arte, quizás hubiera comprendido el valor que tiene Córdoba en la historia de las civilizaciones, la importancia que tiene la Mezquita y la aportación que hace a la innovación arquitectónica.
En segundo lugar se trata de imprudencia. En estos momentos, uno de los argumentos que se han empleado para conseguir la capitalidad cultural es la continuidad en su vocación de ser ciudad de encuentro de culturas, de credos y de civilizaciones, poniendo como ejemplo de ello, precisamente, a la Mezquita-Catedral, por eso es inconcebible que se hagan manifestaciones sectarias que torpedeen uno de los activos más importantes que puede hacernos alcanzar la meta. La tercera razón es la soberbia, últimamente crecida por el éxito conseguido con el espectáculo de luz y sonido en el que la administración pública ha tenido que doblegarse a sus exigencias, hasta que se ha convertido, según sus palabras, en un “mensaje pastoral”. La inauguración por los Príncipes y el notable incremento de ingresos en sus arcas, huérfanas de CajaSur, lo ha puesto exultante y se cree en el derecho de decir lo que quiera.
Además otra buena razón es que esta actitud le suma puntos ante la jerarquía integrista de la Iglesia, que habrá aplaudido sus declaraciones y habrán tomado buena nota de “este chico que va muy bien”.
Pero si de verdad su intención era que sus palabras dieran la vuelta al mundo, como ha dicho, habría que darle dos consejos; el primero es que no utilice el nombre de Córdoba en vano. A los cordobeses nos está costando mucho trabajo y tiempo dar una imagen como ciudad de la integración, de la convivencia, del diálogo y de la paz y, especialmente, en estos momentos se está mirando con lupa todo lo que hacemos y decimos. No creo que estos conceptos estén reñidos con los que la Iglesia defiende, por tanto, no debe costarle mucho trabajo colaborar en este empeño de todos.
En segundo lugar, si quiere hacerse famoso, existen otros procedimientos, le recomiendo salir en programas televisivos como La Noria y similares; podría buscar consejo en el famoso Padre Apeles, un destacado sacerdote estrella de la televisión, que se hizo famoso en los años 90 en Telecinco con el programa Moros y Cristianos. Cualquier cosa, cualquiera que no involucre a la ciudad.

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