LA INDECENCIA SUSTITUYE A LA ÉTICA

 


Cuando comenzó la democracia en España allá por el año 1978, se abría un horizonte de esperanza en un nuevo Estado en el que la decencia y la ética en el comportamiento de nuestros representantes políticos fueran el elemento diferenciador fundamental con la negra etapa de la dictadura. Para nosotros la libertad significaba que podíamos elegir para que nos gobernaran los mejores, los más capacitados, los más honestos, los que mejor representaban nuestra forma de pensar y nuestras esperanzas de materializar el cambio profundo que se había producido en nuestro país. Ahora todo eso suena un tanto romántico. Los navajazos, los golpes bajos, las mentiras, las traiciones y los comportamientos venales en los que ha tenido que intervenir la justicia, se han convertido en normales dentro del mundo político. Hemos presenciado intervenciones de diputados de la derecha en el Congreso de los Diputados vergonzosas por su zafiedad, que solo pretendían insultar al adversario en lugar de exponer sus posiciones políticas.

Pero de todas estos comportamientos denigrantes, sin duda es la venalidad, el apropiarse de dinero público y el nepotismo, los que más indignan...o deben de indignar. Utilizar lo que es de todos en beneficio propio es lo más canalla que puede hacer un representante político. Es un robo que se disfraza de varias maneras y a veces se reviste de una cobertura legal. Los cargos públicos del PP se han especializado en este tipo de tropelías, pero no han sido los únicos. En los últimos años los escándalos de utilizar lo público como si fuese de su propiedad, han saturado los tribunales de justicia que ha pronunciado numerosas condenas, algunas de ellas han sobrepasado a los militantes delincuentes y condenado al propio partido en varias ocasiones.

Pablo Casado se propuso acabar con estas actividades delictivas y comenzar una nueva etapa de transparencia. Al menos eso dijo, por más que sus antecedentes no auguraban nada bueno. No quería saber nada del pasado delincuente de su partido y así lo manifestaba cuando era interpelado por la corrupción por la que lo condenaban. Ha pretendido mantenerse a distancia de los gravísimos casos de corrupción que se habían cometido.

Últimamente se ha hecho público que la Comunidad de Madrid ha hecho negocios con el hermano de Isabel Díaz Ayuso que ha cobrado comisiones cuantiosas por ello y así lo ha reconocido públicamente la presidenta. Ese reconocimiento ha supuesto un salto cualitativo importante. Hasta ahora todos los implicados en estos delitos han tratado de negarlos y ocultarlos, pero ahora este se ha hecho público y no solo eso sino que se ha presumido de ello. El presidente del partido lo ha contado públicamente y su denuncia ha sido calificada por la presidenta de “ataque a la familia”, en el más puro concepto siciliano de la Cosa Nostra. El descaro con que lo dijo es la peor ofensa que he conocido a la honradez con que debe actuar la representante de una institución pública.

En este caso lo que asombra es la colaboración que han tenido en los medios de comunicación que la apoyan, es una vergüenza leer editoriales de reconocidos periódicos que justifican el claro delito de nepotismo, condenan el ataque que supone a la familia y descalifican al denunciante en una vergonzosa campaña. Hasta ese extremo de ignominia han llegado. Pero lo más increíble es que el hecho de denunciar este delito le ha costado la presidencia del partido a Pablo Casado. Ciertamente ha sido la excusa para desbancarle por los muchos errores acumulados y su escasa capacidad política, pero no deja de ser sorprendente que haya sido el hecho de hacer público un delito de nepotismo cometido por una destacada representante de su partido lo que ha dinamitado su presidencia. Aviso a navegantes, queda meridianamente claro que quien se atreva a denunciar algún caso de corrupción tiene los días contados en el partido. Si esto le ha costado el puesto al presidente, ¿Quién se va a atrever a denunciar ahora? La consecuencia que se saca de esto es pura lógica, el Partido Popular protege la corrupción. Eso ya lo sabíamos pero tenían la vergüenza de ocultarlo.

Sin embargo el problema más grave es que no ha habido respuesta alguna de rechazo por parte de militantes y votantes de la derecha. Todo lo contrario, se han manifestado en apoyo a la presidenta, elevándola nada menos que a la presidencia del Gobierno, sin que se conozcan sus méritos, salvo favorecer a su familia, lo que denota una realidad de este país que da un poco de miedo. Consideran normal que quién ocupa un cargo público se beneficie él, la familia y los amigos. Si no lo hace, es gilipollas (me lo han llegado a decir). ¿Qué se puede esperar de ese amplio sector de la sociedad que tiene un concepto tan depredador de los bienes públicos?

Por suerte existe una amplia mayoría de nuestros representantes que son honestos y respetan que el dinero de nuestros impuestos beneficien el interés general para el que van destinados. Podemos juzgarles porque hayan realizado su gestión bien o mal, pero no se ha llevado un euro.

Tenemos que recuperar la ética como el valor más importante de la política, y así poder tener confianza en los principios que siempre hemos defendido y exigido a los que tienen que representarnos en el ámbito de lo público. No es nada fácil pero es una actividad en la que no debemos dejar pasar nada y especialmente no dejarnos engañar con otros asuntos para que miremos a otro lado. Lo peor de esta crisis no es que echen a Casado, es la venalidad impune manifestada públicamente por Isabel Díaz Ayuso.

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