La política es la solución


A la fuerza nos estamos haciendo buenos conocedores de los entresijos económicos, causa asombro el interés que ponemos en asuntos que no hace tanto tiempo ignorábamos y no teníamos la más mínima intención en conocer. Basta con estar atentos a cualquier conversación para ver con qué autoridad se manejan algunos términos como primas de riesgo, rebajas de calificación, mercado de bonos, acreedores del sector privado, fluctuación de la deuda, Ecofin, FMI, BCE. Algunos medios de comunicación imparten cursillos acelerados sobre economía para principiantes, muy prácticos por cierto, y nos enseñan las diferencias entre el mercado primario y el secundario de la deuda, por qué se disparan las primas de riesgo o por qué es peligroso que lo hagan en el corto plazo. Cuestiones que ya dominamos y que hasta hace bien poco tiempo eran enigmas cuyo conocimiento sólo estaban reservados a una élite que la ciudadanía veía como los sacerdotes del nuevo dios Mercado.

Nuestro desconocimiento nos llevaba a plantearnos asuntos como que la democracia y la política estaban siendo dominadas por los “mercados”. Creímos que la crisis, provocada por la avaricia insaciable del sistema, abría la posibilidad de que se crease una alternativa o al menos se tomasen unas medidas que impidieran que se volvieran a repetir situaciones como ésta, es decir, que la política se hiciera hegemónica como es su obligación en un sistema democrático, porque la tiranía del capitalismo especulativo no podía gobernar nuestras vidas, porque nuestros problemas los tienen que solucionar nuestros representantes políticos, elegidos para tal fin, y los tienen que resolver según nos prometieron en sus programas; no nos pueden traicionar porque si no, no nos queda nada en qué creer, confiamos en que hagan frente y derroten a “los malos”. Pero no se pasó de algunas manifestaciones balbuceantes, de un intento de sacar pecho para salvar la cara. Los “mercados” actuaron de pirómanos y se erigieron en bomberos implantando una dictadura donde la política ha sido derrotada ampliamente. Hace muchos años Chumy Chúmez publicó una tira cómica donde se veía a un preboste con chistera y banda cruzada dar un mitin y decía “Elegid, yo o el caos”. La gente gritó “¡el caos! ¡el caos!”, a lo que el preboste respondió: “Es lo mismo, el caos también soy yo”. La situación actual me ha hecho recordarla.

Pero cuando los indignados del 15-M manifiestan su descontento con esta situación en la que parece que no hay más salida que la que nos dictan los mercados, nos percatamos de que el aprendizaje acelerado que hemos hecho en el intento de comprender lo que está pasando, nos ha hecho prisioneros de sus razonamientos y de su lógica, es decir, hemos seguido los pasos que nos han marcado los responsables políticos y los medios de comunicación. Y esa circunstancia nos ha impedido ver que para enfrentarse a ellos, primero hay que negarlos. Los indignados no tienen muy claro cómo se sale de esta situación, pero sí saben que otras soluciones son posibles y que no pasan necesariamente por el sacrificio de los de siempre y además contemplando cómo los que han provocado esta catástrofe son los que con mayor descaro imponen las medidas y los que más se benefician. El solo hecho de la protesta ha despertado nuestras simpatías y en muchos casos nuestro apoyo. Es verdad que por ahora es un movimiento de resistencia que se está organizando ante el dominio de los intereses del capitalismo, es verdad que algunas de sus propuestas son hermosas pero inalcanzables y que no cuentan con el poder necesario para llevarlas a cabo; pero han tenido la virtud de introducir en nuestras vidas una bocanada de aire fresco y devolvernos la esperanza.

Del discurso de Rubalcaba en su proclamación como candidato a la Presidencia del Gobierno por el PSOE, el elemento fundamental destacable ha sido el de cambiar el escenario de conformismo y derrota en el que habitamos. Ha reivindicado la política como instrumento de gobierno y una política concreta, la de una mayor justicia distributiva, ha defendido los viejos/nuevos valores de igualdad y solidaridad y también nos ha puesto en el camino de la esperanza. Ante el vacío de liderazgo de esos valores y la orfandad en que nos encontramos los que creemos en ellos, Rubalcaba ha asumido el papel de referente de esas ideas.

Ya sabemos que tanto el movimiento de los indignados del 15-M como Rubalcaba no son suficientes para cambiar las cosas y que para hacerlo es necesario que la lucha sea global (¡indignados del mundo uníos!), pero hay que empezar por recuperar la ilusión en que hay otras maneras de salir de esta oscuridad en que vivimos y existen alternativas frente a las decisiones de los inversores especulativos y las agencias de calificación que hunden nuestras economías con la mayor impunidad. Una ilusión en que la democracia y la política recuperen el lugar que nunca debieron perder, es mucho lo que nos jugamos en este empeño, mucho más que nuestra ruina económica, es nuestro fin como personas libres.

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