La ideología de la derecha


Después del arrollador triunfo electoral del PP en las elecciones del pasado día 22 de mayo, han vuelto con fuerza las voces de la derecha que nos avisan de que se van a preocupar de resolver los problemas de la gente y lo van a hacer sin ideología alguna, puesto que ha sido la ideologizada izquierda la causante de nuestros males y la que es incapaz de resolverlos. Sorprende sobremanera el interés de esta derecha carpetovetónica de presentarse como una fuerza política desideologizada, como si eso fuera una virtud, es más, como si eso fuera verdad. Presentan el argumento de que para solucionar el problema del paro no hacen faltan las ideas, sólo ser buenos gestores. Es decir, la eficacia tiene necesariamente que ser “aconfesional”, los principios que se tengan sólo sirven para entorpecer la gestión. No existen los principios ni la ideología, solamente existe un pensamiento único, se acabaron las ideologías.

No es una idea original, ya en 1965 Gonzalo Fernández de la Mora, ministro de Obras Públicas con Franco y uno de los padres de Alianza Popular, publicó El crepúsculo de las ideologías, donde explicaba que en una sociedad desarrollada las decisiones no se adoptan en función de las ideologías sino que se basan en criterios estrictamente racionales o científicos. Hace veinte años que Fukuyama abundó en esta idea pero no tuvo demasiado éxito, es más, los think tanks de la derecha apuntalaron los principios del neoliberalismo con nuevas estrategias que se encargan de actualizar de manera permanente con notable éxito. La defensa de esta neutralidad ideológica es precisamente uno de los aspectos del pensamiento de la derecha. Por el contrario, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y nada sospechoso de ser de izquierdas, decía que para existir hace falta una ideología. Tiene toda la razón.

La brutal crisis que nos embarga, —hay que decirlo una vez más— provocada por las políticas neoliberales que aprovecharon avariciosos especuladores sin alma, ha sumergido a la inmensa mayoría de la población en una situación de desesperanza. El resultado ha sido el descrédito de la política y de los políticos, como se ve en cualquier encuesta que se haga. Incluso en el movimiento del 15-M aparece este rechazo, pero aquí se da un fenómeno curioso, en sus propuestas aparecen una serie de reivindicaciones que podrían conformar perfectamente un programa político. Son políticos pero no quieren serlo y ni siquiera parecerlo.

En este panorama aparece la derecha y pregona que ellos son neutros y sólo quieren resolver los problemas; no dicen cómo porque eso les definiría, esconden sus ideas y disimulan tanto que la Presidenta de Nuevas Generaciones apoya y anima a los participantes en el movimiento del 15-M, naturalmente culpan al Gobierno de la izquierda de ser ineficaz. Un ejemplo histórico de cinismo.

Asistimos, por tanto, a unos tiempos en los que la derecha para alcanzar el poder, que es su único objetivo, oculta su pensamiento político, se disfraza de agnosticismo para así aprovechar el malestar de la gente contra la política. La estrategia les ha dado resultado como hemos podido comprobar. A esto también ha colaborado el desconcierto que entre las filas de la izquierda provocan las medidas que el Gobierno toma para luchar contra la crisis, en una renuncia clamorosa a sus principios. ¿Y todavía nos sorprende el resultado del 22-M?

Para superar esta situación, aquellos que tenemos un pensamiento progresista necesitamos sacar nuestras ideas a pasear, pregonarlas, no avergonzarse de ellas, explicarlas bien, despertar la ilusión y la esperanza. Frente al disimulo cobarde de neutralidad, presentar soluciones basadas en los principios que ha conformado el pensamiento de la izquierda, un reparto igualitario de las cargas y de los beneficios. Tal vez con esto no se consiga un éxito electoral en estos momentos, pero no hacerlo significaría una muerte segura. Y al menos se habrá creado la esperanza en todos los que sí creen en las ideas progresistas y se encuentran hoy desorientados y hundidos.

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