Camarada Arenas



En los comienzos de la transición democrática de finales de los setenta, a los ciudadanos les era fácil identificar las distintas opciones políticas, ellos mismos tenían muy claro cuáles eran sus preferencias y las ponían de manifiesto a la hora de votar. Había mucha participación y muy pocas abstenciones. La razón no era, solamente, que el ciudadano estuviera más politizado, era también que la izquierda estaba en su sitio, convenientemente separada la alternativa de la socialdemócrata, la derecha de ribetes franquistas en el suyo, la derecha moderada recibía en esos momentos el apoyo popular mayoritario, la extrema izquierda diluida en un mar de siglas y el franquismo disfrazado de demócrata, qué remedio, lideraba la nostalgia de la dictadura. Todos en su sitio y todo claro, cualquier ciudadano encontraba su sintonía en aquella abrumadora lista de partidos. La única confusión era fruto del parecido que había entre las siglas que figuraban en las listas electorales (el Partido Comunista fue el gran perjudicado de esta confusión).
La Ley D’Hont por una parte y la desaparición de los partidos que ocupaban el centro político, por otra, introdujeron cambios sustanciales que han conducido a la situación actual. El sistema electoral laminó a los partidos pequeños, dejando sin referencia política a un buen número de ciudadanos. La desaparición de la UCD hizo que liberales, democristianos y franquistas reciclados buscaran refugio en AP, provocando el nacimiento del PP, que actúa como coche-escoba de la derecha acogiendo también los sentimientos del tardofranquismo. Es decir, el panorama de las opciones políticas está ahora más claro, pero lo que está confuso es si están en el sitio que históricamente les corresponde y donde el ciudadano espera encontrarlos. Esta confusión sí es realmente grave y hace bueno el dicho popular “yo ya no sé si soy de los míos”.
La derecha, o sea el PP, porque ahí están todos, siempre se ha significado por su absoluta falta de escrúpulos en hacer lo que sea para alcanzar el poder, han nacido para mandar y ya sabemos lo que hacen allí donde mandan. Conviene aclarar que para esta derecha mandar no es sinónimo de gobernar, sino de ejercer el poder en todos los terrenos, no solo el político, también el judicial (de controlarlo se encarga Trillo) y el económico (ese le viene de la cuna). Dicen las mayores barbaridades con un descaro que asombra, no se sienten afectados por los escandalosos casos de corrupción de sus políticos porque la culpa la tiene la policía y algún medio de comunicación que lo hace público. Por cierto, si llegan al poder en las próximas elecciones y esos casos no se han resuelto judicialmente, ya nos podemos ir olvidando de ellos.
En ese desmedido afán de poder destaca el paladín andaluz Javier Arenas, que tiene que ganar sí o sí las próximas elecciones porque una cuarta derrota, y esta vez no sería contra Chaves, lo apartaría de la política; aunque con él nunca se sabe, ha sobrevivido a muchos naufragios. Ahora está muy preocupado por los parados, en todas sus declaraciones, venga o no a cuento, cita las cifras del paro, no dice cómo resolvería el problema en caso de llegar al poder, para él eso es lo de menos porque sabe que no podría hacerlo. ¿O es que alguien puede pensar que el Gobierno no quiere acabar con el problema? ¿O que sólo Arenas tiene la fórmula mágica para solucionarlo? Más bien lo que pretende es aparentar que el drama del desempleo le tiene muy preocupado y así acercarse al votante tradicional de la izquierda. También le preocupa enormemente, todo en él es enorme, el despilfarro del gasto público, el dinero hay que gastarlo en educación, sanidad, atenciones sociales, pensiones… toda una declaración de los principios de la izquierda. Sería muy conveniente que se lo dijera antes a sus compañeros de partido que gobiernan en Madrid y Valencia, a lo mejor los convencía y dejaban de aplicar recortes en educación, de privatizar la sanidad y empezaban a aplicar la Ley de Dependencia. Si no critica estas políticas que los miembros de su partido están haciendo allí donde gobiernan, tendremos que pensar que lo que pretende es engañarnos con discursos falsos que ni él mismo cree. El premio de sus ocurrencias izquierdistas, por ahora, ha sido que, si llega a convertirse en Presidente de la Junta, se llevaría la sede de la Presidencia del Palacio de San Telmo a otro lugar. No ha dicho a dónde, pero no sería de extrañar que lo hiciera a un piso en el barrio de las tres mil viviendas, seguro que allí aumentaría su popularidad y se llevaría un buen puñado de votos, que a fin de cuentas es lo que le importa.

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